La iluminación no vino del cielo o de alguna de las tantas profecías
que anuncian el final de una era; tampoco de un análisis concienzudo
sobre las causas del conflicto que, necesariamente, ligan pasado,
presente y futuro; muchísimo menos del reconocimiento a la diversidad
étnica y cultural que entreteje la trama de nuestra razón de ser como
colombianos. No. La iluminación apareció, de repente, en las imágenes
que inundaron aquella mañana millones de pantallas de televisión y de
computador.
Se conocía el ultimátum que le dieron los
indígenas del Cauca al ejército en la víspera al decir, palabras más
palabas menos, “tienen plazo hasta las doce de la noche para desalojar
nuestro territorio. Si no se van los sacamos”. Además, durante la
semana, ya se habían enfrentado con los soldados. Lejos de ser un rumor,
el anuncio de los jefes del resguardo del Cauca era para tomarlo al pie
de la letra. La respuesta del Gobierno quiso mostrarse contundente. La
fuerza pública no cedería un milímetro del territorio colombiano. Ni más
faltaba que tuvieran que pedir permiso para actuar. aseguró. Sin
embargo, extrañamente, no reforzó la seguridad del área de operaciones y
dejó el mismo número de soldados protegiéndola. Entonces, el día y hora
señalados, la advertencia no se quedó en el aire, se materializó y
sucedió lo inevitable. Cerca de mil indígenas (hombres, ancianos,
mujeres, niños, muchos de ellos armados con sus bastones de mando y
otros con machetes) llegaron al cerro Berlín del municipio de Toribío en
el departamento del Cauca- donde se encontraba la base militar-
dispuestos a cumplir su palabra. Pudo ser peor. Los soldados dispararon
al aire en medio de los ánimos exaltados. Algunos militares fueron
arrastrados por la comunidad ante su negativa de salir del cerro. Otros
empujados por los indígenas quienes, ayudados por sus bastones de
mando, hicieron una especie de cerco que redujo la movilidad de la
tropa. Luego de semejante forcejeo, los militares se replegaron y
empezaron a bajar lentamente de aquel terreno controlado ahora por la
autoridad ancestral. Y mientras ellos caminaban llevando a cuestas
morrales, armamento y equipos de comunicaciones, sucedió algo
inesperado. De pronto, la única cámara que registraba los
acontecimientos, se enfocó en la expresión de impotencia, rabia y
desolación de uno de los vencidos. Mezcladas con las gotas de sudor que
bañaban su rostro y reforzando el dramatismo de la suciedad producto
del combate, gruesas lágrimas escurrían de sus ojos. Finalmente el
soldado no aguantó más y sentenció- llorando aunque sin que se le
quebrar la voz-: “Esto es muy humillante. Así no se trata a un
colombiano”.
Nuestra sociedad, machista, excluyente y
clasista, educa a los niños para que no lloren. "Las que lloran son las
niñas", nos dicen padres y madres si tenemos que afrontar circunstancias
difíciles. Pero si aquella muestra de sensibilidad, reservada como ya
anotamos sólo a las mujeres, aflora en alguien que representa la fuerza,
el pundonor y la valentía, es altamente probable que el público se
conmueva. De ahí que las lágrimas del soldado hayan sido usufructuadas
por los medios masivos de comunicación que generaron en la audiencia un
sentimiento de indignación, cuyo único propósito fue el de rodear a las
fuerzas militares. Y lograron su objetivo. Hollywood se les quedó en
pañales. Resultó más eficaz que las espantosas cifras de todos los
muertos y desplazados de la guerra. En un abrir y cerrar de ojos los
indígenas se convirtieron en terroristas y empezaron a circular en las
redes sociales fotos en las que aparecen nativos portando bombas,
fusiles e, inclusive, corriendo al lado de guerrilleros. De la nada, la
voz disidente del OPIC (Organización de Pueblos Indígenas del Cauca,
impulsada por el gobierno de Álvaro Uribe) declaró, a los cuatro
vientos, que ellos son los verdaderos y perseguidos líderes indígenas.
La prensa, hablada y escrita, tomó partido sin pudor alguno y varios
directores de noticieros le hicieron la encerrona a los nuevos enemigos
en entrevistas que parecían más interrogatorios. Comentarios en los
muros de facebook, twitter o blogs, formaron una peligrosa bola de nieve
que llevaba consigo desde arengas que pedían la renuncia de Santos,
pasando por la conformación de una Asamblea Nacional Constituyente que
salvara al país del desmadre, hasta la “amable” exhortación a los
soldados para que cogieran a bala a los revoltosos.No faltó el que, en
el colmo de la exitación, reclamara que subiera al poder un militar con
los pantalones bien puestos que ordenara la casa. En fin,
manisfestaciones destempladas consecuencia de la manipulación ejercida
por el poder mediático que no posibilita reflexiones.
Desde
ese instante no dejan de perseguirme ciertas inquietudes. Si en la
mañana de los hechos del cerro Berlín hubo una cámara que lo filmó todo,
¿por qué al otro día, cuando el ESMAD recuperó el dominio de la zona
(con saldo de 23 indígenas heridos), no hay registro en imágenes del
operativo? ¿Será que los altos mandos militares- y el mismo Presidente
Santos- sabiendo de ante mano lo que sucedería, permitieron que pasara
lo que pasó? Imagino que los dueños de los medios masivos de
comunicación, y muchos periodistas, se frotaron las manos con las
imágenes que tenían en su poder y que, posteriormente, emitieron en sus
respectivos canales de televisión. De esta manera, antes de la fiesta
patria del 20 de julio (vaya coincidencia), consiguieron que los
colombianos, en buen número y llenos de fervor patrio, cerraran filas en
contra de los ¿violentos? y en favor del ejército. De paso redujeron la
problemática de los indígenas y campesinos que viven en el Cauca, a una
simple operación matemática en la que no hay sumas sino restas: son
buenos si están con el Gobierno o malos si se atreven a desafiar a un
poder que, por más legítimo que sea, hace presencia, de vez en cuando,
solamente con las armas del Estado.
2 comentarios:
Al igual que Quintín Lame, que para mi sorpresa en nuestra gloriosa biblioteca Luis Angel Arango, sólo existen 5 títulos y que su escrito más famoso "Historias de un Indio" no se encuentra por ninguna parte, hemos olvidado al Cauca y a las naciones indígenas.
Saludos!
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