Ya te están cobrando cara tu dignidad, hermano indígena. De
auxiliador de la guerrilla y narcoterrorista no te bajan. Inclusive hay
voces que piden un bombardeo a tus tierras, una lluvia de metralla, un
ciclón de granadas que borre de una vez las señales de tu presencia. Al
medio día pasaron las imágenes de tu lucha a través de la televisión.
Mujeres, hombres, ancianos y niños de tu comunidad llegaron con sus
bastones de mando a desalojar a los militares para que se llevaran lejos
sus armas. No más atropellos, exigías. Basta de ser tratados como
fichas de ajedrez cuando, en realidad, tú y los tuyos son los dueños de
las montañas, de los ríos, de lo que les rodea. Lo mismo hiciste ayer.
Supe que más de mil subieron a enfrentar también a la guerrilla. Solo
que ahí no hubo nadie que lo registrara.
Hermano indígena,
perdóname. Acá en la ciudad nuestros problemas son otros. También hay
violencia, pero fruto de este sistema económico que nos volvió egoístas y
guardianes feroces de las pocas o muchas cosas materiales que poseemos.
La guerra sucede por allá, en regiones apartadas, en aquellos lugares
de la geografía nacional con los que no nos identificamos. Igual la
gente toma partido en la comodidad de su casa. Piden mano dura,
vociferan que hay que acabarlos, ni más faltaba que semejantes piojosos
y patirrajados desafíen al glorioso ejército. Entonces emerge de nuevo
ese falso nacionalismo que, en altas y prolongadas dosis, nos vendió
cierto ex presidente durante ocho años seguidos. No importa que sea
contra ti, hermano indígena. Acá estamos acostumbrados a juzgar, señalar
y sacrificar por cualquier motivo.
Mientras tanto, como
hace más de quinientos años, regresan los despojadores. Vienen
persignándose, oliendo a incienso, rezando el rosario, anunciando la
salvación que traen los versículos de la Biblia. Son los buenos, hermano
indígena. Qué le vamos a hacer. Se sienten con el derecho y la
autoridad divina de decidir quién vive o quién muere. Creo que ya
conoces perfectamente la historia. Por eso te pido, humildemente,
perdón. Debería estar a tu lado combatiendo, sin embargo soy un
cobarde. Y sé que mis palabras jamás serán suficientes ni alcanzarán
para proteger tu vida.
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