Hace poco me preguntaron cuáles serían los siete sueños que me
gustaría cumplir. Respondí sin pensarlo dos veces; en realidad algunos
de ellos son utopías, pero finalmente son las cosas con las que me
identifico.
En primer lugar dije que quería cantar a dúo
con Silvio Rodríguez en un concierto, aunque fuera una cancioncita nada
más. También que me encantaría formar parte de Les Luthiers en una de
sus presentaciones. Elegiría la del Adelantado Rodrigo Díaz de Carreras,
aquel anticonquistador español que terminó vendiendo baratijas y
bailando salsa en una isla del Caribe. El siguiente sueño tiene algo de
sicodélico, quizás delirante y hasta irresponsable: probar la marihuana-
por primera y única vez- en un bosque de niebla. Y digo irresponsable
porque ¿cómo diablos saldría de un bosque de niebla en medio de los
efectos del cannabis? Luego, con los pies en la tierra, me encerraría a
escribir un guión literario que llevaría al cine una versión de “Cien
años de soledad”. Lo anuncio desde ahora, para que los directores estén
preparados y no los coja por sorpresa cuando termine mi guión. Y los
tres últimos sueños tienen que ver con mi presente. Recorrer por tierra
Latinoamérica (el mismo viaje del Che, sin moto y al revés) y en Buenos
Aires asistir a un Boca- River en La Bombonera. Sí, ya sé, tendría que
esperar a que River vuelva a la A; no hay ningún problema, lo tengo
decidido: llegar mucho antes a Pergamino, abrazar a mi Patoloca,
agarrarla de la mano e irme al Perú a jugar a las escondidas con ella,
el amor de mi vida, en Machu Pichu. Por supuesto nos encontraremos en
la mágica puesta de sol y regresaremos juntos a continuar nuestra
historia.