martes, agosto 31, 2010

Bohemia y serenata


Pasadas las diez de la noche Danilo se paraba, levantaba la copa y decía:

“!Saludddddddd güevas! Nos vamos ya a darle serenata a Mariela”.

Los fines de semana eran de bohemia. Nos reuníamos, generalmente, con Álvaro, Danilo, Tony, José y desocupábamos varias botellas de aguardiente o de cerveza. De igual manera, más o menos una vez al mes, variábamos la actividad: íbamos a discotecas, organizábamos fiestas en alguna casa, nos montábamos en los carros de quienes los tuvieran y cogíamos para La Calera o armábamos tremendos asados que terminaban en baile.

Lo de la serenata era también una situación bastante frecuente. De todos el único que toca guitarra soy yo; por eso, en fechas como el Día de la madre, en los cumpleaños de esposas, novias o amigas muy especiales, o sin motivo aparente, cualquiera de mis amigos se quedaba mirándome, luego se paraba y, enseguida, proponía continuar el desorden, cantando al frente de la casa de la mujer adorada.

Escoger la música resultaba fácil. Sólo cambiaba la primera canción, dependiendo el motivo del homenaje: conmemoración del nacimiento, reconciliación, conquista e, inclusive, dolor causado por el cruel despecho. Todos conocían mi repertorio y, afortunadamente, siempre encontraba temas para la ocasión.

Cada uno teníamos asignado nuestros papeles. Tony se hacía a mi derecha (puesto que ocupaba debido a que su voz se parecía a la mía y, además, nunca desafinábamos). Álvaro, a mi izquierda, se adueñaba de la percusión, sosteniendo y moviendo rítmicamente dos maracas en sus manos. José, a la izquierda de Álvaro, se encargaba de frases al estilo de: “Para Margarita con amor”… “Mamá preciosa, felicidades en tu día”. Fuera de eso su chiflido sonaba duro y prolongado, lo que aprovechábamos para hacer bulla y, de paso, despertar a toda la cuadra. Y a Danilo lo poníamos al final, junto a José, lejos de la guitarra. A veces resultaba complicado convencerlo de que cantara lo más bajito posible. Le insistíamos en que, si bien podríamos considerarlo un gran melómano, el tono chillón de su voz era capaz de enloquecer a un Turpial y llevarlo al suicidio. Afortunadamente- y por tratarse de un regalo para su novia- no tuvo inconveniente en susurrar, muy de vez en cuando, las letras de las composiciones. Álvaro lo consoló:

“- Fresco Danilo. Si necesitamos el canto de un gallo , ahí sí dejamos que usted se luzca”.

Los cinco alegres compadres nos fuimos rumbo a la casa de Mariela. Compramos media botella de aguardiente. Había que aclarar la voz. Mientras caminábamos ensayamos otra vez las seis canciones.

La novia de Danilo vivía en un edificio, acompañada de tres de sus hermanas, y el apartamento quedaba en el quinto piso con vista a la calle. Nos acomodamos en el orden establecido. Tomamos lo que faltaba de la botella. Respiramos profundo y empezamos a cantar:

“Que se quede el infinito sin estrellas, o que pierda el ancho mar su inmensidad…”

Terminamos “Piel Canela” y ninguna luz se prendió. Seguimos con el segundo tema y José gritó:

“Mariela, para ti con amor”, luego lanzó su sonoro chiflido

“Estando contigo me olvido, de todo y de mí. Parece que todo lo tengo teniéndote a ti…”

De repente empezamos a escuchar aplausos que provenían de la otra cuadra. En la esquina un grupo de mujeres (que salieron de una casa de bombillo rojo) vestidas con prendas coloridas y ligeras- a pesar del frío bogotano- nos decían emocionadas y de manera provocativa:

-
“Tan lindosssssssssss, papacitos”. “Ay vengan y cantan y no les cobramos".

Tony, muerto de la risa, se tapó la boca, mientras miraba de reojo a las mujeres que nos llamaban. El apartamento de Mariela permanecía a oscuras, no había señales de vida. Entonces, en la última estrofa de la canción, Danilo cogió una piedra pequeña y la estrelló contra la ventana.

Continuamos la serenata, pese a que las penumbras se mantenían en el apartamento de Mariela. Y en la esquina, el grupo de mujeres insistía en aplaudirnos e invitarnos a seguir la fiesta, prometiéndonos encender todas las luces de la pasión.

“Como un rayito de Luna, entre la selva dormida, así la luz de tus ojos, ha iluminado mi pobre vida…”

Desesperado, esta vez fue José el que arrojó otra piedra con más fuerza. A los pocos segundo una silueta de cabellos largos emergió de las tinieblas, abrió la ventana y gritó:

-
“Ya baja Mariela. El bombillo de la sala se fundió. Por favor no acaben con el apartamento que ya desportillaron un vidrio”.

Al mismo tiempo, el grupo de mujeres de la esquina entró a la casa del bombillo rojo. Y una de ellas, con una enorme sonrisa, nos mandó un beso que sonó igual al aleteo de una mariposa nocturna. Después dijo:

- " Aquí pueden romper lo que quieran. Los esperamos... Papacitos"

jueves, agosto 05, 2010

Sin distancias


Se metieron al lago después de correr por todo el parque. Los vientos de agosto los impulsaron y, aunque no eran cometas de papel, prácticamente volaban rozando el pasto. Recuerdo que te advertí lo cascarrabias que es el mío. No en vano tengo que sacarlo con bozal. Sí, ya sé, las mascotas se parecen a quien pasa más tiempo a su lado. ¿Qué quieres que haga? Al fin y al cabo mi hermana siempre dice que es la verdadera y única dueña. En cambio el tuyo tiene esa mirada de dulzura, pese a que es un ejemplar grandote e hiperactivo…


Ellos no lo saben, pero son otro motivo para sentirnos cerca. Ahora que abro los ojos no me queda difícil sacarle cosquillas a la realidad y pensar en ti. En unos días te encontrarás con el mar y estoy seguro de que le contarás algo de mí.


Soy capaz de imaginar un día en el que nos pintemos las sonrisas con algodón de azúcar.Igual que aquella tarde inventada- y no por eso menos cierta- en la que los perros jugaron sin percatarse de la proximidad de nuestros corazones.


Música a tu alrededor y mis palabras viajan en la pata de la gaviota con la que conversarás mañana. Un mensaje que no está a la deriva en una botella, ni se desgaja por la fuerza de un aguacero. Sólo el eco de una brisa extraviada en el bullicio.


Nunca estaremos lejos. Nos envuelve la magia de las cosas más sencillas, la certeza del abrazo que hace desaparecer el mundo y el dulce silencio que se apaga poco a poco. Es la fogata que consume y al mismo tiempo da vida, hojas secas de un otoño inexistente, colores de una primavera que llegó para quedarse.