“Lo más terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida” (Canción del elegido, Silvio Rodríguez)
Nunca aprendí a pintar. Es más: no me preocupaba si me salía de las márgenes y el azul se mezclaba por ejemplo con el amarillo.
-Los perros son cafés, grises, blancos, negros; de pronto algunos rojizos. ¿Pero verdes?... Mire hágame el favor y me colorea bien ese perro
Un día la profesora me regañó porque le mostré orgulloso la imagen de una montaña morada. De inmediato llamó a mamá. Le recomendó que sacara cita con la psicóloga del colegio. Quizás mi confusión de colores se debía a algún desorden en mi cabeza. Mamá le respondió:
-Hagamos una apuesta. Salgamos ahora y si usted me asegura que las montañas no son moradas le prometo ir donde la psicóloga.
Estaba nublado, a punto de llover. Una vez afuera no lograron ponerse de acuerdo. Las montañas se veían de muchísimas tonalidades según la oscuridad producto de aquel cielo encapotado. Lo mismo le sucede a los árboles: Jamás son iguales en verano, invierno, otoño o primavera.
En materia religiosa la cuestión no era diferente. Mi abuelita materna me obligaba a ir a misa los domingos al medio día. Reconozco que me resultaba una tortura. No por ateo; creía en Dios con todas las fuerzas de mi alma, pero el prolongado rito dominical me aburría. En una semana santa mi abuelita me llevó a la ceremonia de Resurrección del sábado santo. Por esa época la misa era de gallo (a la media noche) y se bendecían el agua y el fuego. Ya en la iglesia me entregó una botella de agua y me dijo:
-Mijo vaya y llévela al altar.
La cogí y antes de ponerla ahí la destapé. Mi abuelita extrañada me preguntó:
-¿Por qué le quita la tapa?
La miré y respondí:
-¿Entonces cómo hace el Espíritu santo entrar y bendecir el agua?
Santo remedio. Luego de mi actitud inocente jamás volvió a obligarme a ir a la iglesia. Eso sí todavía me duele el pellizco que me dio esa noche.
En mi adolescencia decidí ir en contravía. No es que fuera un desadaptado, anarquista o algo por el estilo. Simplemente me acostumbré a no tragar entero. Hablaba mucho con la luna. Imaginaba una escalera interminable que me ayudaba a subirla y-una vez arriba- cotemplar Latinoamérica desde sus cráteres. Aparecieron la guitarra, la poesía, Silvio, Neruda, el Ché…También el amor.
Ha pasado el tiempo. Hay tantos colores como sueños. Soy un romántico empedernido; de los que abren la puerta del carro por donde baja la dama (del taxi. No tengo carro), regalan rosas o corren el asiento para que ella se acomode.
El No lugar de las utopías es lo que mantiene mi sonrisa de oreja a oreja. Soy un aventurero que poco a poco da sus primeros pasos. Y en ese recorrido que apenas se insinúa ya no me asustan los agujeros negros o me entristecen los silencios. Sólo la luz de una vida que renace en algún lugar del mundo y que me da la fuerza para mantener este oasis de palabras y proyectarlo en una canción.
¿De qué forma son estas nubes?... Quizás pájaros en libertad atravesando un cielo azul.
Cuenta siempre conmigo Hada de mi corazón. Te quiero mucho.
Todo a pulmón compuesta por Alejandro Lerner en versión de Miguel Ríos.