“Cuando voy por la calle y me acuerdo de ti,
me lleno de alegría, de ganas de vivir.
me parece que fueran las flores más bonitas,
el cielo más radiante y el aire más sutil”.
Las sombras parecían burlarse de él. A esa hora de la madrugada es cuando más se necesita cordura. Dicen que en ese instante el alma baja un poco la guardia y cede ante el embrujo de la noche; por eso la sensibilidad estalla como una burbuja antes de tocar el suelo.
Recordó las palabras del ciego en la tarde:
-“Si me va a ayudar cójame del brazo que esto no es contagioso”
Ahora sonreía al verse en medio de la calle sin mayores argumentos que su guitarra y una canción.
El tiempo es lento a la una de la mañana. Todo se siente, inclusive los latidos al hacer dúo con sus pisadas.
“Cuando escucho en la noche, alguna melodía,
qué cosas no daría por estar junto a ti,
para sentir que vivo, que vivo intensamente,
y para que tu sientas lo que eres para mi”.
Sabía que los gatos se encargarían de llevarle su eco, que el gallo no se quedaría callado al darse cuenta de que alguien se le adelantó, que el viento se vestiría de una primavera desconocida en Bogotá. Y después pondría en la pata de una paloma ese pentagrama en tonos mayores. Luego se iría por ahí, en silencio, saboreando las gotas de una llovizna que acaricia las ventanas y humedece los rostros.
“Estoy enamorado de tu vida,
estoy enamorado de tu amor,
y cada vez que pienso en tu dulzura,
comienza a florecer mi corazón”
Los recovecos de la ciudad son iguales a los surcos de la memoria. Cada avenida es un cruce de palabras que van y vienen, un rompecabezas de polvo y cemento, una prolongación de charcos de aceite, flores, papeles, hojas, bullicio... Y en la periferia seres que luchan adheridos a la parte delgada del embudo con tal de no dejarse arrastrar hacia el centro del agujero negro.
“Me acuerdo que tú tienes tu luz propia,
que siempre estas sonriendo para mi,
y empiezo a revivir en mi memoria,
la gloria que le has dado a mi vivir”.
El neón no pasará de moda, tampoco el arco iris, la luna o el farol melancólico de la esquina. Mucho menos la lluvia de estrellas que se desgaja cada vez que piensa en ella y deambula con el rumor de su serenata.