lunes, julio 26, 2010

El silencio es una trova (Reeditado, Mayo de 2008)


Una guitarra y un hombre solitarios, dos sombras que caminan bordeando los abismos de la indiferencia. Ya son más de sesenta años a cuestas (desde aquel 29 de noviembre de 1946) en los que te mece el mar impetuoso de cuba. Allí, en San Antonio de los baños, viste por primera vez la luz o, tal vez, las líneas imaginarias de un pentagrama.

Yo digo que las estrellas le dan gracias a la noche,
porque encima de otro coche no pueden lucir tan bellas;
y digo que es culpa de ella —de la noche— el universo,
cual son culpables los versos
de que haya noches y estrellas
(Yo digo que las estrellas, Silvio Rodríguez Domínguez)

Los acordes se desprenden y danzan a lo largo del diapasón. Es el llamado a dejarse seducir por la noche que, por supuesto, también es mujer. A ella -que es coqueta- le rindes un homenaje cada atardecer, para perderte luego en el embrujo de esos ojos que resaltan, eternos, en el silencio del firmamento.

Entre las luces más bellas
duerme intranquilo mi amor
porque en su sueño de estrellas
mi paso en tierra es dolor.

Más si yo pudiera hacerle
miel de abeja en vez de sal
a que tentarle la suerte
que valiera su soñar.
(En el claro de la luna, Silvio Rodríguez Domínguez)

Y un día decidiste tomar las armas para rescatar de la opresión a un país extranjero. No alzaste un fusil o la carabina de terror y muerte. Tan solo te acompañó aquella madera de perfumes atrayentes que libera, a través de los surcos, el eco de tu poesía.

La guitarra del joven soldado
es la celosa amante que lo ha de seguir
en la dicha y también en el llanto,
pero siempre ayudando a vivir.
La guitarra del joven soldado
es su mejor fusil.
(La guitarra del joven soldado, Silvio Rodríguez Domínguez)

No fue fácil trascender en un mundo abandonado a su propia suerte. Mientras llevabas en tu equipaje el clamor latinoamericano, muy cerquita a tu país- en la otra orilla- la arrogancia del poder quiso aplastar con sus pesadas botas los colores de tu patria y, de paso, aniquilar los sones que tocan suavemente las riberas de México a la Patagonia. No podía ser que la ira del imperio doblegara, el dulce aleteo que vibra en cualquier bolero caribeño.

Te molesta mi amor mi amor de juventud y mi amor es un arte en virtud.
Te molesta mi amor mi amor sin antifaz y mi amor es un arte de paz.
Te molesta mi amor mi amor de humanidad y mi amor es un arte en su edad.
Te molesta mi amor mi amor de surtidor
y mi amor es un arte mayor
(Por quién merece amor, Silvio Rodríguez Domínguez)

Y así viajaste por el universo, de cometa en cometa, cabalgando a veces en un caballo místico o deslizándote sobre un rayo de luna. Muchas veces te secó el llanto una melodía y hasta te acarició el suave murmullo de una sirena encantada. Todo eso sucedió en una época de soles apagados, espejismos y violencia. Hoy la realidad se confunde con la fantasía de un tiempo que aún no llega. Vivimos en medio de la zozobra que deja nuestra soledad colectiva. Y en ese ir y venir de sentimientos encontrados, tu canto es una de las pocas señales de esperanza.

¿Quién te inventó? ¿Acaso serás producto de las utopías? Lo único que podría asegurarte- desde mi admiración por ti- es que eres un flautista de Hámelin contemporáneo, moldeado por la mano invisible de la tierra, tocado por la magia de la inspiración, que nos arrastra con su canto y sensibilidad hacia el paraíso de los sueños escondidos.


Si fuera diez años mas joven que feliz
y que descamisado el tono de decir
cada palabra desatando un temporal
y enloqueciendo la etiqueta ocasional

Los años son pues mi mordaza oh mujer
sé demasiado me convierto en mi saber
quisiera haberte conocido años atrás
para sacar chispas del agua que me das

Para empuñar la alevosía y el candor
y saber olvidar, mejor...
(Con diez años de menos, Silvio Rodríguez Domínguez)

martes, julio 06, 2010

En medio de la lluvia




Seis de la tarde y no para de llover. El café me toma. Me sirve en un pocillo sin fondo que recogió del estante de los recuerdos. Respiro el aroma que se desliza por los surcos de la memoria y sonrío. Al otro lado de mi ventana hay una ciudad que se multiplica en cada charco. Los postes se iluminan por dos miradas que se dibujan en el aire. Allí están, igual que una pareja que camina abrazada en medio del aguacero. Y más allá, en el cruce de cualquier esquina, una rosa espera la caricia de tus manos sin tiempo.


Es buena la nostalgia cuando llega sin avisar. Aparece así no más. Toca a la puerta con los ecos de las palabras y entra. Dan ganas de poseerla porque es mujer, un sueño, el beso traído por el viento. Tarareamos juntos nuestra canción y bailamos. Mientras los suspiros improvisan una melodía, las horas se evaporan y el silencio duerme. Entonces damos otra vuelta sin importarnos que, a estas alturas, la música juegue a las escondidas con la noche.


Ahora no hay espacio para las lágrimas. Acaso permitamos las que resbalan por los toboganes de la ternura. Tan sólo un momento del día para saborear la dulzura y enredarnos en la magia. Sí. Otra vez. Como ayer, hoy, mañana, siempre.