Una guitarra y un hombre solitarios, dos sombras que caminan bordeando los abismos de la indiferencia. Ya son más de sesenta años a cuestas (desde aquel 29 de noviembre de 1946) en los que te mece el mar impetuoso de cuba. Allí, en San Antonio de los baños, viste por primera vez la luz o, tal vez, las líneas imaginarias de un pentagrama.
Yo digo que las estrellas le dan gracias a la noche,
porque encima de otro coche no pueden lucir tan bellas;
y digo que es culpa de ella —de la noche— el universo,
cual son culpables los versos
de que haya noches y estrellas
(Yo digo que las estrellas, Silvio Rodríguez Domínguez)
Los acordes se desprenden y danzan a lo largo del diapasón. Es el llamado a dejarse seducir por la noche que, por supuesto, también es mujer. A ella -que es coqueta- le rindes un homenaje cada atardecer, para perderte luego en el embrujo de esos ojos que resaltan, eternos, en el silencio del firmamento.
Entre las luces más bellas
duerme intranquilo mi amor
porque en su sueño de estrellas
mi paso en tierra es dolor.
Más si yo pudiera hacerle
miel de abeja en vez de sal
a que tentarle la suerte
que valiera su soñar.
(En el claro de la luna, Silvio Rodríguez Domínguez)
Y un día decidiste tomar las armas para rescatar de la opresión a un país extranjero. No alzaste un fusil o la carabina de terror y muerte. Tan solo te acompañó aquella madera de perfumes atrayentes que libera, a través de los surcos, el eco de tu poesía.
La guitarra del joven soldado
es la celosa amante que lo ha de seguir
en la dicha y también en el llanto,
pero siempre ayudando a vivir.
La guitarra del joven soldado
es su mejor fusil.
(La guitarra del joven soldado, Silvio Rodríguez Domínguez)
No fue fácil trascender en un mundo abandonado a su propia suerte. Mientras llevabas en tu equipaje el clamor latinoamericano, muy cerquita a tu país- en la otra orilla- la arrogancia del poder quiso aplastar con sus pesadas botas los colores de tu patria y, de paso, aniquilar los sones que tocan suavemente las riberas de México a la Patagonia. No podía ser que la ira del imperio doblegara, el dulce aleteo que vibra en cualquier bolero caribeño.
Te molesta mi amor mi amor de juventud y mi amor es un arte en virtud.
Te molesta mi amor mi amor sin antifaz y mi amor es un arte de paz.
Te molesta mi amor mi amor de humanidad y mi amor es un arte en su edad.
Te molesta mi amor mi amor de surtidor
y mi amor es un arte mayor
(Por quién merece amor, Silvio Rodríguez Domínguez)
Y así viajaste por el universo, de cometa en cometa, cabalgando a veces en un caballo místico o deslizándote sobre un rayo de luna. Muchas veces te secó el llanto una melodía y hasta te acarició el suave murmullo de una sirena encantada. Todo eso sucedió en una época de soles apagados, espejismos y violencia. Hoy la realidad se confunde con la fantasía de un tiempo que aún no llega. Vivimos en medio de la zozobra que deja nuestra soledad colectiva. Y en ese ir y venir de sentimientos encontrados, tu canto es una de las pocas señales de esperanza.
¿Quién te inventó? ¿Acaso serás producto de las utopías? Lo único que podría asegurarte- desde mi admiración por ti- es que eres un flautista de Hámelin contemporáneo, moldeado por la mano invisible de la tierra, tocado por la magia de la inspiración, que nos arrastra con su canto y sensibilidad hacia el paraíso de los sueños escondidos.
Si fuera diez años mas joven que feliz
y que descamisado el tono de decir
cada palabra desatando un temporal
y enloqueciendo la etiqueta ocasional
Los años son pues mi mordaza oh mujer
sé demasiado me convierto en mi saber
quisiera haberte conocido años atrás
para sacar chispas del agua que me das
Para empuñar la alevosía y el candor
y saber olvidar, mejor...
(Con diez años de menos, Silvio Rodríguez Domínguez)