domingo, marzo 28, 2010
Senderos de ausencia
Las voces también se diluyeron. Los teléfonos dejaron de sonar, tampoco se escuchan los ecos de las tardes de lluvia. Y la ciudad, aquella sinfonía de noches en reposo, cafés sin prisa, aromas cotidianos, ahora vigila respetuosa los tiempos del silencio.
Las canciones enfrentan el vacío de una sala con rostros hundidos en el anonimato. Justo al lado está mi ventana. Bastaría un golpecito y se abriría de par en par. Antes hay un zaguán, quizás un pasillo de sueños. En él tengo un perchero donde cuelgo todas las noches mi barba plateada y mi gorrito azul.
Nos acercó la frontera que nos separaba del otro lado de la realidad. A la misma hora, en nuestro escenario sin telones de fondo, con la única certeza de haber traspasado los límites de lo etéreo, nos encontramos un día frente a frente. Luego los adioses a plazos, pactados o no pactados, se encargaron de desviar las miradas y las risas.
¿Cuál será tu calle? Es difícil predecirlo. Aunque Bogotá se torne inabordable, recuerdo que una vez confabuló en los caminos de adoquines. La madrugada es un puente de niebla. Tal vez lo debamos atravesar, pero sin dejarnos arrastrar jamás hacia la orilla de la frialdad y el olvido...
viernes, marzo 19, 2010
Vamos.
Por dármelas de caballero casi te rapo la botella de agua.
-Permíteme yo la abro.
Mis torpes manos intentaban girar una tapa que salía a presión. Sólo había que quitar el plástico y sacarla suavemente. Pero no. Insistí en darle vueltas, vueltas y vueltas hasta que, en un atisbo de cordura, rasgué el sello de plástico, jalé la tapa y… te mojé. Te ayudé a secar a punta de servilletas- no llevaba pañuelo - mientras tú me mirabas y sonreías.
Te extraño mucho. Estamos llenos de recuerdos y de certezas. Nos quedaron miles de sonrisas, canciones, sueños. Ahora nos corresponde jugar un poco a las escondidas. Quién sabe. A lo mejor algún día desaprendemos a contar y en uno de esos números irracionales nos encontremos.
Una estación. Una parada. Luego arrancar. Y tu vuelo libre es una invitación a buscarte en cada tarde de lluvia. Te quiero, gracias por regalarme el brillo de tu corazón.
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Es la una de la madrugada de un sábado mágico. En este momento los dedos corren, se posan en el teclado y dibujan con palabras el sentimiento. Que nunca perdamos la dulzura, no importa el vació, la tristeza o la melancolía. Siempré habrá un lugar del Universo en el que podamos soltar las amarras, tejer utopías ligeras como plumas y protegernos bajo la sombra del árbol más querido. Escucha los ecos del batir de alas de mariposa... Mañana abriré la ventana y sé que el viento traerá tu abrazo de primavera, a cualquier hora, inclusive en el tic tac de nuestros relojes que no miden el tiempo, aunque sí desbordan el diminuto espacio de la realidad.
domingo, marzo 07, 2010
Llora el país larguito y delgadito
Una semana después sigue temblando en Chile. Las réplicas son gritos que brotan del fondo de la tierra o distorsiones de miles de imágenes proyectadas en cristales rotos. El cóndor de los Andes, desde las alturas, deja caer una lágrima. La historia del entrañable país, delgadito y larguito, entrelaza la lucha de décadas con las notas de sus trovadores, las letras inmortales de sus poetas o el ejemplo valiente de sus líderes. Violeta, Víctor, Gabriela, Pablo y Salvador acompañan hoy más que nunca a sus hermanos.
En la madrugada del sábado 27 de febrero valles, cordilleras, desiertos, ríos, pueblos, ciudades y millones de almas despertaron en medio de la destrucción, el dolor y el miedo. Dicen las noticias que el terremoto de 8 grados alteró el eje de rotación de la tierra; aseguran también que, debido a semejante circunstancia, el tiempo cambió un poco. No es posible, sin embargo, determinar qué pedazo de la realidad se refundió en ese agujero negro. Lo único cierto es que, luego de sacudida, hasta el mar se salió del rumbo y olas gigantescas destrozaron los últimas límites que quedaban de certezas.
Digo mierda para reafirmar un compromiso de corazón con el maravilloso pueblo chileno. Por fortuna mis adoradas amigas Nori y Janine (y sus respectivas familias) se encuentran bien. Lo mismo que el hijo del Hada de mi corazón. Ahora debemos ser más latinoamericanos que nunca. Nos unen el idioma, los sueños en común, las sonrisas, el llanto, el cansancio, la rabia y una ilusión que a veces se esconde detrás del muro de la injusticia, el hambre y la guerra.
Renacer a pesar de la angustia y descubrirnos en las sombras que dibuja la tristeza, porque al fin y al cabo “si es el dolor al fin quien nos iguala y la esperanza quien nos ilumina…” (Levántate y canta, César Isella)