SOY NN…TAMBIÉN ME LLAMO BERNARDO
Caminaba despacio; se apoyaba en su paraguas negro y aún así tambaleaba. De paso en paso recorría el sector de Chapinero, extendía la mano a quien se le atravesara y con una sonrisa bondadosa pedía alguna moneda para disminuir el peso de las necesidades que doblegaron sus espaldas.
72 años que transcurrieron igual que la torpeza de su andar. Aunque tenía un lugar donde pernoctar, su familia directa se evaporó de los límites de su conciencia: padres fallecidos; un hermano preso por narcotráfico en Venezuela; el otro prestaba sus servicios de “Chamán” contemporáneo en algún lugar del Ecuador y el único que se interesaba por su suerte había echado raíces en estados Unidos. ¿Primos, tíos, sobrinos? Nada, solamente unos parientes lejanos que le ayudaban a soportar el infortunio de no pertenecer a un lugar específico, ni a nadie en particular.
Decenas de vasos desechables en el baño: unos llenos hasta la mitad que expelían un fuerte olor a limón; los demás vacíos. Cientos de papeles sistemáticamente doblados, guardados en igual número de talegos. Un arrume de periódicos de días, semanas o años atrás y millares de resúmenes de la palabra de Dios, que recogía a la salida de la Iglesia en la misa dominical. Cuatro Vestidos completos de dos piezas, dos pares de zapatos, tres bolsas plásticas amarradas que contenían ropa interior, varias camisas, una toalla y en una caja las fotos que su hermano le envió desde el territorio del sueño americano.
La humedad penetraba por las paredes y las huellas de una gotera inclemente aumentaban la sensación de frío. Acostumbraba a llegar a las seis de la tarde. Saludaba, se dirigía a su cuarto, acomodaba las cosas que traía-hasta el momento desconocidas para sus anfitriones- sacaba de su bolsillo el papelito con las cifras del chance que acababa de apostar y luego se sentaba a la mesa. Le gustaba el fútbol, disfrutaba los partidos que transmitían por televisión y también escuchaba las noticias. Luego se refugiaba en su pequeño recinto y madrugaba a continuar su condición de errante que lo llevaba a deambular por Chapinero.
-“Siéntense por favor, ya los atendemos… Sigan, miren detenidamente las fotos; estos son los NN traídos ayer. Si reconocen a su familiar me avisan… ¿No está? Regresen en tres días”.
En la actualidad el reconocimiento de los NN en Medicina Legal es tal vez más humano; ya no es necesario escudriñar directamente los cuerpos. A veces resultaba cruel ver el estado en el que los presentaban; quizás por eso ahora les mostraron solamente las fotografías de los difuntos. Ese día les enseñaron 6, las cuales repasaron detenidamente antes de constatar que su allegado no formaba parte del escabroso mosaico.
-“Necesitamos 15 fotografías recientes y la fotocopia de la cédula; cuando los tengan oficiamos a la policía, a algunos noticieros de radio, televisión, a la red hospitalaria. Ustedes deben llevar los oficios a cada lugar que les indiquemos”.
Requerían poner el denuncio en la Fiscalía, pasadas 72 horas. Pensaban que el trámite resultaría sencillo, pero no sabían que les pedirían tal número de fotos. Al esculcar en las escasas pertenencias del huésped hallaron una tomada en diciembre de 1999. La llevaron a un laboratorio con el propósito de sacar las 15 copias. Concluyeron entonces, que si bien el organismo Judicial no cobraba por el denuncio, de todas maneras este costaba alrededor de veinte mil pesos. Y faltaban, sin embargo, todavía otros gastos. Había que llevar tres oficios a CITY TV, Radio Santafé y RCN radio; de los restantes 12 se encargaría la Fiscalía. En resumen la búsqueda de un ser querido fácilmente podría ascender, en principio, a unos cincuenta mil pesos moneda corriente.
- “123 línea única de emergencias habla el intendente Martínez… Por favor deme los nombres de su familiar… Fecha de nacimiento… Edad… color de ojos… color de piel… color de cabello… ¿Hace cuánto desapareció?...estatura…señales particulares… ¿Tiene el número de cédula…? Un teléfono en donde lo podamos localizar… Con estos datos queda reportado en la red hospitalaria y en la policía. Cualquier noticia nos comunicaremos con usted”.
Finalmente acudieron a la red de emergencias del Distrito, para lo cual la Alcaldía de Bogotá habilitó, como en otros lugares del país, la línea telefónica 123. Dicho número reunía Secretaría de Salud, Secretaría de movilidad, bomberos, Policía, especialmente. Una vez dieron los datos personales y los teléfonos en los que pudieran ubicarlos, descansaron un poco al creer que obraban correctamente. La desaparición ya era conocida por las instituciones adecuadas y si tenían noticias, seguramente se las comunicarían.
-“¿Nada que aparece? Qué vaina y yo tan lejos. De todas maneras estoy llamando seguido; gracias por la ayuda”.
Se notaba preocupación en su voz. Comprendían que la distancia contribuía a aumentar la incertidumbre por la suerte de su hermano. Lo calmaron diciéndole que hacían lo posible para dar con su paradero. Realmente causaba pena un drama familiar en Bogotá, pero que-a su vez- afectaba a un colombiano radicado en los Estados Unidos; por eso prometieron agotar todos sus esfuerzos.
El Domingo la Plaza de Lourdes se convierte-prácticamente-en un mercado persa. La misa es muy concurrida ese día en la iglesia que lleva su mismo nombre y-en las afueras- los vendedores de aromática, algodón de azúcar, artesanías, artículos religiosos, entre otros, ofrecen sus productos a los visitantes.
Se les ocurrió organizar una expedición a la zona. Seguir los pasos de un ausente no es tarea fácil, sobre todo por la incertidumbre de saber si continúa vivo. La verdad sentían que jugaban a las escondidas con una sombra; además, en esta ocasión, el hijo mayor del Sr Martínez, debía asumir la búsqueda. Dicen que las desgracias no vienen solas. El Jefe de la familia se encontraba en el Hospital, aquejado de neumonía, mientras su hermana se dedicaba a acompañar al padre enfermo.
Indagó en diferentes sitios, apoyado en un anuncio que tenía datos personales y foto escaneada.
-“No señor, nunca lo he visto…”
-“No, no conozco a esa persona…”
-“Si quiere pegamos el anuncio en la pared…”
-“Déjeme ver… Si claro, él viene a tomar tinto, parece que después de la misa. Hace días no lo veo…”
Tras un monólogo de respuestas negativas, la afirmación a medias del dueño de la cafetería supuso una luz de esperanza. Pegó la hoja en el negocio y salió.
Medio día y sin resultados alentadores. Prendió un cigarrillo y se acomodó en un banco de la Plaza. Agotado tomó la determinación de ir al Hospital y visitar a su padre, pero antes decidió emprender la última averiguación. Se dirigió al espacio ocupado por los artesanos, ubicado en el costado norte de la Iglesia de Lourdes. Allí, en medio de manillas, sacos de lana, aretes, anillos, objetos de madera, mostró una y otra vez la foto del familiar.
“-“Ay, espere… Joanna venga mire la foto ¿Se acuerda del señor?”
-“Mija claro que sí…
-“¿Usted es familiar? Ay Dios mío, figúrese que al viejito lo atropelló un colectivo hace ocho días… Si, estoy segura que es él… Fue como al medio día, no me acuerdo bien… Pregúntele al que tiene las manillas, él estuvo cerquita”
-“Uy llave, si el señor se pasó el semáforo y lo cogió un colectivo azul… Papá, el man quedó grave le cuento… Le salía sangre por la oreja…Mire, aquí quedó, al frente del parqueadero… Eso vino policía y todo… Se lo llevaron en ambulancia”.
-“Espere reviso… no, en este CAI no hay anotación del accidente… ¿Aló, central? Verifique si tiene registro del siguiente caso... ¿No? Gracias… No señor, no está reportado ni siquiera en la central”.
-“Pero si estoy segura… Eso la gente salió corriendo a ayudar al señor… También llegó la policía… Si quiere vamos al CAI para que vean que hay testigos”.
-“Perdóneme señor, pero nunca le he dicho que no hubo accidente…”
-“123 línea única de emergencias habla Sandra…”
-“Lo que sucede es que en este CAI(Comando de atención inmediata de la policía de Bogotá) no se registró, tampoco en la estación central de policía…”
-“Este número es de emergencias, pero solamente le indicamos a dónde debe dirigirse… Si ya reportó la desaparición con nosotros espere a que nos comuniquemos tan pronto haya noticias de su familiar”
-“Le repito: en este CAI no anotaron el incidente. Averigüe con Movilidad o de pronto mire si encuentra un patrullero… Ellos deben tener el reporte”
-- “No señor, no le puedo ayudar; ya sé que el 195 no sale de celular… … Lo lamento, no es posible colaborarle más…El 123 es de para información de emergencias…No, tampoco puedo ver si ya reportó el accidente…Lo siento, no hay más números para Movilidad y Red hospitalaria… Tengo dos teléfonos fijos…Lo mejor es que llame desde su casa…o busque un patrullero de tránsito”
Quiso mandar el celular al carajo, increpar a la policía, gritar a los bogotanos que el 123 es un cuello de botella mal llamado número de emergencias, cuando a lo lejos vio al tan anhelado agente de transito. Puesto que ese día no hay la restricción vehicular de pico y placa (por la tanto es impensable multa alguna por ese concepto) parecía extraña la presencia del agente en pleno cruce de la Calle 64 con carrera 13. Sin pensarlo más se acercó al “chupa” y le contó la historia.
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“Paciente quien es traído el día 10 de febrero por ambulancia por haber sufrido politraumatismo como peatón al ser atropellado por un vehículo. Se evidencia deterioro neurológico dado por Glasgow de 8/15, además dificultad respiratoria, abundante movilización de secreciones, disminución de ruidos en la base derecha y excoriaciones múltiples…”
Empezó a leer el resumen de la historia, expedida por el Director de Urgencias de la Clínica Marly. En la camilla tres de la sala de cuidados intensivos, a un anciano de 72 años, conectado a varios aparatos que medían sus signos vitales, le brillaron los ojos por primera vez en ocho días.
-“Bernardo ¿Me reconoce?”
Un sonido gutural y un apretón de manos le indicaron al hijo mayor del señor Martínez que sí. El tubo que atravesaba la garganta impedía cualquier intento de articular palabra; por eso el contacto físico y la expresión de su rostro, constituían la única posibilidad de comunicación del accidentado con el mundo.
-¿Apareció?... ¡Bendito sea mi Dios!... No sé como pagarles lo que han hecho…Listo, por ahí les mando unas cositas…Estamos en contacto…Un momento: ¡ni se les ocurra decir en la clínica que Bernardo tiene un hermano en los Estados Unidos!…”