jueves, septiembre 30, 2010

No al golpe de Estado en Ecuador


Si acá el día es gris y muy frio, en Ecuador el fuego del odio nuevamente hace acto de presencia. Muy temprano en la mañana, la neblina de Bogotá se confundió con las informaciones que aseguraban que un grupo de Policías se había sublevado contra el Gobierno de Rafael Correa. 

Son las cuatro de la tarde y la situación es dramática. El Presidente del pueblo ecuatoriano se encuentra al interior de un hospital de la policía- al parecer secuestrado-  mientras la gente en las calles se dirige al centro médico para rescatar a su líder. Las noticias van y vienen, en medio de voces e imágenes que demuestran a las claras que hoy 30 de septiembre de 2010 se está gestando un golpe de Estado en una Nación latinoamericana. Y otra vez el verde de los militares opaca al color que simboliza la esperanza. 

Tal vez pensemos que estamos lejos y a salvo de semejante hecho. Quizás creamos que en Colombia- por tener la "Democracia más antigua y estable del continente"- esas cosas no tienen nada que ver con nosotros. De todas maneras en mi país, lo digo con muchísima vergüenza, es evidente el menosprecio que muchos compatriotas manifiestan hacia ecuatorianos y peruanos, especialmente.  Pero cuidado, lo que suceda en Ecuador va a traer consecuencias impredecibles.

Rafael Correa fue elegido por su pueblo, nadie tiene derecho a alterar esa  decisión soberana  y menos a través de la intimidación, las armas y la fuerza.  Me uno a los hermanos ecuatorianos. Pido que apoyemos a Rafael Correa. Sólo de esa manera podremos evitar que las sombras de un pasado reciente cubran a nuestra amada Nación latiniamericana.

Que no regresen los Pinochet, los Videlas (y compañía) y tantas marionetas que entregaron la dignidad a cambio de paraísos artificiales. Y aunque en Colombia seguimos mudos y ciegos ante la espantosa realidad que nos consume, estoy seguro de que también queremos y necesitamos seguir soñando con un mundo en el que quepamos todos.

(Imagen tomada de http://www.aeronoticias.com.pe/noticiero/index.php?option=com_content&view=article&id=13836:rafael-correa&catid=1:1&Itemid=47 )

jueves, septiembre 23, 2010

La magia nunca se acaba

(Dar click en los nombres de los artistas y de la Fundación Barrio Colombia- que aparecen en el siguiente texto- 
 para videos e información del festival)



Cuando la música y el humor se confabulan, la fantasía le saca la lengua a la realidad. Pero si lo anterior ocurre en el barrio La Candelaria de Bogotá (el sector histórico de la ciudad), entonces aquel instante se convierte en un milagro.

Por las calles empedradas, las casas antiguas, los faroles melancólicos, las montañas sombrías al anochecer y las pequeñas cuadras dedicadas al arte y a la bohemia, se desató el duende de la risa acompañado de acordes de guitarras e interminables notas de su majestad el piano. Dos generaciones de artistas, tres hombres de igual número de países de Latinoamérica y una excusa: el segundo Festival Internacional de La Canción Itinerante, organizado por la Fundación Barrio Colombia. En el auditorio de La Fundación Gilberto Alzate Avendaño fuimos testigos, una vez más, de que el arte es la única alternativa para imaginar un mundo lleno de esperanza.

Daniel Sartori de Argentina abrió el espectáculo y nos regaló un poema disfrazado en cada una de sus canciones. Un joven canta autor que expresó, junto a su guitarra, toda la fuerza, la pasión, la dulzura y las sorpresas que nos deparan el amor y lo cotidiano. Luego apareció Roberto Camargo de Colombia y, en ese momento, entendimos que la ironía empezaba a tomarse el escenario. Su propuesta es absolutamente urbana, una especie de cuentero que juega con la música y las palabras como le da la gana. Le cantó a la falta de billete (dinero), a las consecuencias de esos primeros amores que, a veces, se convierten en "para siempres" y hasta se dio el gusto de recrear, en su singular estilo, nuestro muy celebrado Bicentenario o grito de Independencia. Ya a estas alturas no había nada que hacer: éramos, más que espectadores, un grupo de inconsecuentes que nos dejamos llevar, afortunadamente, por las salidas impredecibles de un verdadero loco. Finalmente se despidió para darle paso a la figura de la noche, al genio, al que podría considerarse mago sin ninguna discusión: Leo Masliah de Uruguay.

De uno de los costados salió con su aspecto de abuelo bonachón. Dio las buenas noches y, de inmediato, se sentó al frente del piano e hizo gala de su genialidad a través de sus composiciones. Un humor fino, sutil y a la vez contundente. Un maestro del teclado que pasó sin ningún problema de la música clásica al caos que- seamos honestos- suelen generar algunos de los creadores llamados contemporáneos. Lo anterior mezclado con la inteligencia necesaria capaz de sacarnos, en vez de sonrisitas, miles de carcajadas. Inclusive dio muestras de su versatilidad y nos envolvió en dos monólogos que demostraron hasta qué punto este artista es un inventor de absurdos, certezas y casualidades.

No parábamos de aplaudir, tuvo que regresar a petición del respetable público que, en esta oportunidad, de respetable sólo teníamos los oídos y el corazón, totalmente entregados a semejante alienación, bendita, de cultura y sensibilidad.
Lo mejor de todo es que el Festival Internacional de Música Itinerante se tomó a Bogotá y a Medellín desde el 19 de septiembre al 2 de octubre. Muchas de las funciones son gratuitas y vale la pena reconocer y, sobre todo, disfrutar del esfuerza de la Fundación Barrio Colombia. A Umberto Pérez y los demás cómplices de esta aventura un gracias infinito.

lunes, septiembre 06, 2010

Des-apego

Tuve que inventarte un alias para que no me doliera ver tu nombre. Tus nueve letras, en medio de dos flores rojas, encabezan cualquier listado de fantasías o realidades. Y justos ayer en la tarde, cuando un meteorito se estrelló en el Departamento de Santander, entendí que el silencio y la ausencia suelen convertirse en cráteres o fantasmas. No puedo ni quiero borrarte, pero dejaré de gravitar alrededor de tu mirada.


Me gustaría saber si en el Universo existen agujeros negros hechos exclusivamente para soñar. Laberintos en los que la libertad no sea una utopía y la felicitad tan sólo una metáfora de atardeceres y montañas. Quizás encuentre un pasadizo secreto en el que los adioses se nieguen a despedirse, las distancias le den un golpe de estado al olvido y las bienvenidas no se maquillen de carnavales.


Cada día se hace más tarde. Ni siquiera la memoria es capaz de naufragar en ese océano de suspiros. Poco a poco la marea se detiene en la frontera que separa los latidos del corazón del canto de las cigarras. Y la soledad camina en puntas de pie, no vaya a despertar al minutero que se quedó anclado en aquel aguacero disfrazado de primavera.


Ya me despido, es hora de regresar a la otra orilla. No cruzaré más calles, tampoco arremeteré contra el viento que se llevó las certezas. Me cuidaré de entrar al salón donde esparcen sus letras seres anónimos y conocidos. Tú no tienes máscara, algunos tampoco; los demás que sigan en su baile de espejismos y apariencias.


El último café no supo igual, le hizo falta nuestra dosis acostumbrada de quereme y otra cucharadita de azúcar. Por eso, mientras recuerdo con una sonrisa las canciones, el arco iris y el abrazo, me vestiré de nostalgia por un tiempo y esperaré a que se detenga esta lluvia que se desgaja a cuentagotas.