miércoles, diciembre 24, 2008

A la altura de nuestras miradas




_"Ven, acércate, el aires es frío. No temas, la pijama de cuadritos verdes, la bufanda café, las medias gruesas de lana y ese simpático gorrito que llevas puesto te protegerán. Acomódate en aquel cráter es muy confortable. Ahora que estás aquí dime: ¿Qué sientes al verla?"


_ "La imaginaba imponente, plena, orgullosa de albergar en su interior la vida que se extingue y se renueva constantemente; sin embargo es un astro igualito a los demás. ¿Sabes?, Hoy que me das la oportunidad de observarla desde tu perspectiva, recordé mi adolescencia. Por esa época solía maravillarme al divisar el dibujo de Latinoamérica desplegado a lo largo de tu territo. Nunca pensé que, de este lado, mi continente brillaría por su ausencia. Es extraño descubrir que la tierra también tiene su cara oculta".


_ "Latitudes, meridianos, paralelos, límites, fronteras, almanaques, relojes; todos son simplemente muros edificados con diferentes nombres. Fíjate en la esfera que, de tanto navegar al rededor del sol y de girar sobre su propio eje, aveces te pone de cabeza. Es tu espacio, tu hogar, tu realidad...Oye ¿Qué haces?, me pones nerviosa."


_"Disculpa, voy a cavar con mis manos. Quiero ampliar el cráter y permanecer por siempre en este sitio."


_"Ay mi niño.."


_"Un momentico, vamos despacio ¿Cuál mi niño? !Casi cumplo 38 años!"



_"¿Y qué? Yo tengo millones; no obstante, en ciertas oportunidades, me sonrojo. Basta con que el Sol se interponga entre tu planeta y yo; en ese instante el rubor se me sube al rostro, tiñéndolo de un colorado intenso; lo mismo que un tomate. Si eso me sucede ¿Por qué te enojas si te digo niño? En cuanto a tu idea de quedarte para siempre ¿No te parece descabellada? Ejemplo: ¿Crees que un Elfo renunciaría a la eternidad por amar a un humano? Aunque tu caso es contrario, no olvides que el tiempo agoniza con el minuto que se apaga. La existencia es efímera, se escapa en un abrir y cerrar de ojos. Es hora de que regreses a tu casa."


_"Perdona la insitencia, partiré, necesito viajar, conocer el mundo. No ha sido fácil; junto a tí supe cuan válidas, mágicas, verdaderas, podrían llegar a ser la caja de Pandora, La cueva de Alí Babá y sus cuarenta ladrones, la fuente de la eterna juventud, la Atlántida, el Ave Fénix, el fuego que Prometeo robó a los dioses..."


_"Ay, mi niño. Y en ese intervalo de la oscilación del péndulo, no reparaste en que, al mismo tiempo, existe la calle aparentemente solitaria, pese a mantenerse colmada de transeúntes hundidos en el anonimato; el ascensor que se desplaza al último piso; el bus por cuya ventanilla la ciudad retrocede y se adelanta; el parque invadido de hombres, mujeres, niños, ancianos; las amplias praderas; los bosques frescos; las empinadas cumbres; los océanos infinitos; los desiertos... Y a lado y lado de la carretera, un sinnúmero de historias que setejen a diario en cada rincón del universo y fuera de él. Te aseguro que, mientras Tú y yo conversamos, una nueva estrella se ilumina al encontrarse, frente a frente, con su Isla Desconocida."


_"¿Habrá algún puente, un sendero, por lo menos una llave oculta?"


_"Más que eso, hay una escalera apoyada en la materia; interminable, elevada en dirección al Cosmos.. En adelante debes aprender a subir y bajar...subir y bajar...subir y bajar...subir y..."

jueves, diciembre 18, 2008

Estrella solitaria, del amor y la esperanza




Pescador, lucero y río - Garzon y Collazos


El río pasa silencioso al amparo de la noche. La creciente suele ser un preludio, el anuncio casi imperceptible de profecías o, tal vez, la señal de un camino alumbrado por luciérnagas. Samuel lo sabe, por eso se desplaza en su canoa guardando la ilusión de una buena pesca. Hace frío. Quizás sea la tristeza que produce ver la red vacía. “Piquen, por amor de dios, piquen” pronuncia una y otra vez, mientras su clamor se desvanece en un eco melancólico. De nada sirve la caña endeble provista de la carnada justa; tampoco la maraña de hilos entrelazados dispuestos cual laberinto de añoranzas. La corriente se detiene al igual que el viento, que las ondas, que la respiración, que el tiempo. “¿Caudal sin rumbo?”Murmura Samuel ante la sorprendente y enigmática circunstancia. Más, como si se tratara de una broma del destino, un sinnúmero de peces comienzan a saltar a su alrededor. Desesperado se levanta, cuidándose de no perder el equilibrio. Una vez en pie balancea los brazos e intenta atrapar, si quiera, uno de aquellos escurridizos. Parece un ciego que tantea con sus manos el muro invisible que lo separa de la orilla. De repente todo queda quieto, hasta el rumor del río calla.Temeroso el pescador advierte un singular brillo subir entre burbujas, flores, hojas, espuma. En un acto reflejo retrocede; pese a ello se detiene, justo en el límite que le impide irse de espaldas. Tras breves segundos de agonía una figura emerge, coloreando con su fulgor agua, caña, red, canoa y la aterrorizada silueta del hombre. Samuel no musita palabra; un sudor frío recorre su cuerpo transformado en gelatina por el miedo. “¿Quien eres?”. Voltea a lado y lado la cabeza. Escudriña el precario horizonte. No divisa nada. “¿Quién eres?” Repite la voz melodiosa. El pescador se llena de valor y responde: “Un humilde pescador…muy asustado” y se desploma en su canoa. “Ahhh, gracias. Pensaba que eras mudo”, replica la voz angelical y, enseguida, suelta una risita burlona. “¿Cómo te llamas?”. El hombre no se atreve a contestarle a la voz de caramelo, pero la insistencia de su interlocutora logra vencerlo. “Me llamo Samuel”, exclama el pescador. “¿Samuel a secas?” Pregunta la voz de terciopelo. “Sí, Samuel a secas”, manifiesta el hombre más muerto que vivo. “Disculpa. Es que no es fácil para una estrella de mar encontrarse, así no más, en un río. Muchísimo menos con un pescador tan tímido”, explica la voz que acaricia. “¿Tímido yo?” Replica Samuel herido en su orgullo. “Y a ti ¿Te parece muy normal toparme una noche de mala pesca con una estrella de mar?” Agrega. “Además ¿Qué diablos hace un ser del océano en estas latitudes?” Inquiere el pescador vivamente interesado. “Yo qué voy a saber”, contesta la voz de Jazmines. “Solamente recuerdo que me dormí. Soñé que caminaba mares, navegaba desiertos. Desperté; una enorme ola me arrastró y, aunque parezca ilógico, vine a parar aquí”. Meditó un instante y anotó: “¿sabes? A pesar de todo me encanta este río". Al cabo de un rato expresó: “Oye ¿No ve vas a ayudar a subir?”. Samuel vaciló. No se arriesgaba a satisfacer los deseos de la voz de campanita, sin embargo, un cosquilleo de alas de mariposa se alojó en su estómago. Ahí decidió tomar entre sus manos a la bella aparición. Ya dentro de la canoa el pescador preguntó: “Y Tú ¿cómo te llamas?”. La voz de algodón de azúcar susurró: “Estrella Solitaria”.

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Samuel vivía en un rústico y sencillo bohío. Desde esa noche la morada adquirió un aroma especial en el que el olor de la madera, se mezclaba con la deliciosa esencia de estrella; a su vez su voz de selva viajaba libre, misteriosa y milenaria por todo el territorio ribereño.

Estrella tiene cinco puntas; era maravilloso verla atrapar en su aliento los destellos del fuego. Escribe sin pausa; sus ojos serenos se posan delicadamente en la hoja en blanco y elabora frases que, posteriormente, son depositadas en el viento. A Samuel le gusta la música. A menudo se acomoda en su silla, coge la guitarra, desliza los dedos por las cuerdas y ejecuta acordes entrañables. Una madrugada el pescador le dedicó a su Estrella Solitaria la canción que sería testimonio de la mágica historia:


“CUENTAN QUE HUBO UN PESCADOR BARQUERO
QUE PESCABA DE NOCHE EN EL RIO
QUE UNA VEZ CON SU RED, PESCÒ UN LUCERO
Y FELIZ LO LLEVÒ, Y FELIZ LO LLEVÒ A SU BOHÌO…”


Estrella se acercó conmovida. Con una de sus puntas apartó la guitarra de Samuel; con la otra le tapó suavemente su boca y, con las restantes, se abrazó contra su pecho. Luego dijo: “No sigas. Deja que la canción se cante a sí misma. Más adelante me enseñarás las demás estrofas. Quiero descansar al compás de los latidos de tu corazón”. Samuel la abrazó fuertemente y permanecieron muy juntos, como si fueran uno.

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El tiempo transcurría lento y a veces veloz igual que el galope de un caballo alado. Estrella y Samuel acostumbraban a caminar por senderos de follajes suaves, apacibles. Descansaban bajo el árbol más frondoso. Allí, resguardados por su sombra, Samuel aprovechaba para continuar su sentida serenata:

“Y DESDE ENTONCES, SE ILUMINÒ EL BOHÌO
PORQUE TENÌA ALLÌ A SU LUCERO
.
QUE NO QUISO VOLVER, MÀS POR EL RÌO
DESDE ESA NOCHE, EL PESCADOR BARQUERO…”

Estrella sintió que los colores del arco iris se adherían a su piel. Recostó sus cinco puntas en el hombro de Samuel y le rogó: “Por favor, calla. Escuchemos el concierto que nos ofrece este sublime paraje. Es la armonía de la naturaleza, te la regalo”.

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Frecuentemente se divertían jugando a las escondidas, lo que representaba un verdadero reto. En efecto. Dado que ninguno de los dos se aguantaba las ganas de encontrarse, a quien le correspondía el turno de contar- prácticamente- olvidaba los números con tal de disfrutar de la calidez de su alma gemela. Precisamente, en uno de esos juegos, Samuel extravió el rastro de estrella. No supo dónde hallarla, ni la manera de encontrarla. Corrió, trepó arboles, inclusive se arrojó en el río. Esa tarde el hombre experimentó una soledad inmensa. Regreso aturdido, desolado, pero no reparó en un detalle: puesto que la conocía le hubiese bastado descubrirla, simplemente, confiando en su intuición y en sus sentidos. Estrella se resguardaba en los árboles, lo esperaba camuflada en las hojas, saltaba- de aquí para allá- alegremente, sin separarse ni un sólo minuto de Samuel; no obstante el confundido pescador creyó perderla.

El bohío parecía una estructura fantasmal, envuelto en la bruma propia de la soledad y del abandono. El hombre entró con la cabeza gacha. De un momento a otro, la voz que lo reivindicaba con la existencia pronunció levemente: “Samuel termina la canción”. En esta oportunidad Estrella lloraba desconsolada. El hombre no alcanzó a comprender. Reflexionó, alzó la guitarra y, en tonos menores, interpretó:

“Y DICEN QUE DE PRONTO SE OSCURECIÒ EL BOHÌO
Y SIN VIDA ENCONTRARON AL BARQUERO.
PORQUE DE CELOS SE DESBORDÒ AQUEL RÌO
ENTRÒ AL BOHÌO Y SE ROBÒ EL LUCERO ENTRÒ AL BOHÌO…Y…SE…ROBÒ…EL…LUCERO”

Estrella se abalanzó sobre el pescador. Sus cinco puntas se aferraron a su cuerpo, sus labios se unieron a los del hombre y se besaron apasionadamente. Las lágrimas se confundieron, los alientos se fusionaron, fueron uno solo más que nunca. Estrella sonrió tenuemente. Selló la boca de Samuel con un nuevo beso y confesó. “Tengo que volver al mar”. El pescador no dejaba de sollozar. No admitía razones ni motivos. En su egoísmo, resolvió increpar al río, al mar, al viento, al destino, a la vida misma. Estrella lo contemplaba respetuosa y melancólica hasta que, finalmente, el hombre se calmó. En su interior se afianzó una certeza: había sido suficiente disfrutar de la mágica presencia que marcaría, definitivamente, pasado, presente, futuro. Samuel estrechó a estrella, la sentó en sus piernas y la admiró detenidamente. Poco a poco entendió que el agua debe fluir, que su Estrella Solitaria formaba parte del Universo, que jamás se separaría de su lado. Del llanto ahogado pasaron a rememorar los momentos gratos, también las tristezas. Estrella reía, Samuel ensayó melodías renovadas, el bohío adquirió la claridad que se refleja en el rostro de un niño recién nacido. Salieron, caminaron por los senderos de follajes suaves, apacibles. Llegaron a la orilla del río, subieron a la canoa y se marcharon, guiados por la sabiduría del firmamento. Cuando se detuvieron en el punto exacto, el pescador depositó a Estrella en el agua haciendo gala del amor puro e ilimitado que lo caracterizaba. Ella se fue no sin antes regalarle millones de besos, suspiros y caracoles.

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Cuenta la leyenda que el bohío de Samuel se convirtió en estación de paso obligada de los habitantes de la región. Aún en noches de mala pesca, un hombre es capaz de culminar exitosamente la dispendiosa faena. Con la red colmada el pescador recibe a sus huéspedes: hombres curtidos por el trabajo, acompañados de sus mujeres y sus hijos. Reunida la concurrencia Samuel evoca emocionado los pormenores de la historia. Después entona la canción, símbolo del amor inquebrantable; y, con voz entre cortada, finaliza elevando los ojos al cielo. Dentro del grupo de niños asistentes hay uno muy especial llamado Benjamín. Una noche, luego de que Samuel concluyera su narración, levantó la manita y preguntó: “¿Cuál es el nombre de tu amada?”. El pescador lo miró con ternura, se aproximó, pasó los dedos por las mejillas del chiquillo y contestó: “Hijo, su nombre es Estrella Solitaria…Estrella del Amor…Estrella de le Esperanza”. De inmediato, y ante el asombro generalizado, la inconfundible voz se manifestó con su acento de canela. Desde algún lugar del cosmos interrumpió la calma de la velada y, cariñosamente, pronunció: “Y tu serás siempre el mago de mi corazón”. Dicho esto un aire tibio se apoderó de la estancia, miles de destellos de luciérnagas se precipitaron y un sin fin de fueguitos juguetones danzaron, formando pareja con millares de mariposas multicolores.

lunes, diciembre 15, 2008

Estaciones


A Destino le costó trabajo acostumbrarse a la claridad de la mañana. El viaje transcurríó en un vaivén incesante en el que atravesaron terrenos áridos, bosques espesos, mares de nostalgia, llanuras infinitas, selvas milenarias, cordilleras empinadas que se resguardaban detrás del arco iris. Corrió la cortina y echó un vistazo: quizás arribaban a una nueva estación. Sacó de su bolsillo el itinerario, mas no encontró- por ningún lado- la ubicación del lugar. “¿Acaso no soy Destino?”, murmuró. Entonces resolvió salir, era necesario indagar de primera mano. Se levantó despacio. Caminó con la torpeza del que tiene, en vez de piernas, resortes oxidados. Alcanzó la puerta, bajó las escaleras; ya en tierra observó detenidamente el entorno. Se acercó a la locomotora dispuesto a indagar al maquinista. Justo en ese instante advirtió la presencia de alguien. Intrigado Destino se volteó y descubrió la figura de Tiempo. Asombrado constató cuanto había envejecido. Lo saludó y preguntó: “¿Sabes en qué sitio estamos?” Tiempo lo miró de arriba abajo; posteriormente empezó a reir. Enseguida entró en un llanto amargo. Tras breves segundos se calmó y contestó: “No tengo la menor idea, iba a preguntarte exactamente lo mismo”. Dicho esto concluyó: “Creo que nos perdimos”. Destino dudó, se llevó la mano derecha a la barbilla, meditó y dijo: “En esa caso nos tocará recurrir a la memoria”. A Tiempo ya se le desvanecían las horas, los minutos, los segundos. Las fuerzas lo abandonaban, no se atrevía ni siquiera a recordar. Visiblemente afectado contestó: “Voy en una sola dirección, no puedo regresar sobre mis pasos. Es difícil de entender”. Terco, obstinado, Destino insistió: “¿Y si yo te ayudo?”. Tiempo lo miró conmovido. En el fondo sabía que pasado, presente, futuro- más que etapas- son huellas, realidades, anhelos; por lo tanto no era posible. Pese a que algunos sostienen que las épocas se viven simultáneamente, Tiempo aprendió a comprobar que su relatividad, no es simplemente una teoría. Ante la contundencia de sus convicciones interiores sentenció: "Amigo, por mucho que queramos, no podremos permanecer juntos indefinidamente. Tarde o temprano nos separaremos”. Abrumados se sentaron encima de una enorme roca, espalda contra espalda, hasta que los venció el cansancio producto de sus cavilaciones.

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La tarde moría envuelta en un sutil manto de bruma y silencio. El tren se asemejaba al león dormido, encaramado en la inconsistencia de la cuerda floja. La estación se esfumaba en la soledad de su estructura etérea, misteriosa, fantasmal. Un viento helado profanó la pasividad de aquellos seres, sumergidos en la espuma de sus deseos postergados. De pronto del aire llegó un rumor: “A despertar que el mundo se va a acabar”. Destino y Tiempo abrieron los ojos, se incorporaron en el acto y se encontraron, frente a frente, con dos bellas mujeres: se trataban, nada más y nada menos, que de Ilusión y Esperanza. Las damas los contemplaban complacidas. Ilusión no dejaba de brincar de aquí para allá. Llevaba una canastilla de la que extraía manotadas de margaritas; después las arrojaba y reía a carcajadas. Por su parte Esperanza, un poco más recatada, tan sólo aguardaba esbozando su sonrisa limpia. El vestido verde le daba apariencia de tranquilidad. Sus brazos, firmes y extendidos, invitaban a albergar en su pecho al planeta entero. “Las vueltas que da la vida”, manifestó Esperanza. “Sí. Jugando a las escondidas con este par de insensatos e, invariablemente, terminamos atrapándolos”, anotó la pícara de Ilusión a la vez que esparcía decenas de margaritas. “¡Alto! La mayoría de las veces ustedes desaparecen como por arte de magia", replicó Destino. “Además ¿No son amigas del viento? Vienen y van a su antojo”, recalcó Tiempo. “Ya. Basta de recriminaciones. Mejor aprovechemos y disfrutemos”, propuso Esperanza, consecuente con el significado de su nombre. “Estoy de acuerdo. Hay que cantar, bailar, reír, saltar, GRITARRRRR” apoyó Ilusión, cubierta de pies a cabeza de miles de margaritas. Sin esforzarse demasiado los convencieron. No podía ser de otra manera; al fin y al cabo el Universo no solía confabular a favor de Destino y Tiempo. De ahí que resultara penoso tirar por la borda ese pedazo de existencia en el que todo vale la pena. Sin más excusas los cuatro se entregaron al festejo, dieron rienda suelta a sus emociones y se apartaron del acoso de un invierno prolongado, doloroso, muy frío.

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Hubo música, danza, historias, amor, amistad. También fuego. Una hoguera conformada por llamitas divertidas se elevó, acompañada del humo cómplice. Este, a su vez, sobrepasó a las nubes, saludó a las estrellas y se deslizó entre los cometas y uno que otro enigmático e impertinente agujero negro. Un aguacero de hermandad se desgajó en delicadas gotas; cada una de ellas liberaba delicioso besos de algodón de azúcar.
Al filo de la madrugada el cielo se cerró tornándose gris, color característico de la tormenta inevitable; cientos de destellos dibujaron el paisaje. De repente un relámpago apocalíptico cruzó de norte a sur, seguido de un estruendo ensordecedor: “! A SUS PUESTOS, SE ACABÓ LA FIESTA¡”. La orden provenía de un hombre de grandes proporciones, que se encontraba al lado de la locomotora. La voz inverosímil, potente, desafiante del coloso irrumpió, opacando el brillo de la maravillosa velada. El granizo de terciopelo se deshizo en una maraña de débiles flequitos; la hoguera de llamitas intensas apagó su encanto; el humo se escapó- perdido y camuflado- en la sequedad de un adió de arena. De inmediato todos comprendieron. “¿Volveremos a vernos?” Exclamó tiempo, reflejando en sus ojos inocultables signos de tristeza. “No olvides que siempre hay un mañana” Respondió Esperanza. “Y otras primaveras” Argumentó Ilusión, mientras lanzaba al vacío sus eternas margaritas. Destino prefirió callar. Sin otra alternativa ingresaron a sus vagones respectivos:

Tiempo subió al primero y se detuvo ante el espejo para admirarse. Notó que la juventud floreció gracias al sublime encuentro. En adelante intentaría mirar atrás ocasionalmente, sin que ello lo hiciera retroceder en su caminar sin rumbo fijo.

Ilusión entró en el segundo alegre, iluminada, expresiva. Día a día deshojaba flores durante el viaje y pronunciaba: “Me quiere, mucho, poquito, nada, me quiere, mucho, poquito, nada, me quiere...” y, sin darse cuenta, confeccionó un tapete de margaritas que cubrió el suelo.


Esperanza, en el tercer vagón, suspiraba, una y otra vez, al presenciar desde la ventanilla el imponente paso de la naturaleza. Consideraba que los espejismos, las apariencias, las dudas, los temores, son distracciones que alejan a los seres humanos de la felicidad; no obstante a ella le correspondía la noble tarea de suavizar la melancolía repartiendo, a diestra y siniestra, sus cálidos abrazos.


Por último, en el cuarto vagón, reposaba Destino. El hombre, adusto e impenetrable, se acostaba boca arriba por largas horas. Necesitaba hacerlo puesto que el peso de tantas utopías, provocó en su espalda una pronunciada curvatura. Aún así soportaba la carga con dignidad, valor, humildad, seguro de que, tarde o temprano, su maltrecha columna vertebral adquiriría la ligereza de los sueños. No volvió a preocuparse por las estaciones; ahora esperaba pacientemente a que los relojes coincidieran en cualquiera de los inexplicables cruces de caminos del cosmos.

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El gigante se asomó y comprobó que sus pasajeros se hallaban en los vagones asignados. Debía proseguir el curso de aquel viaje sin principio ni final. Desconocía la próxima parada; su inefable rostro mezclaba sonrisas tenues e inquietantes señales de seriedad. Antes de arrancar pensó en la responsabilidad que implicaba reunir y llevar- en un solo espacio- Tiempo, Ilusión, Esperanza, Destino. Finalmente activó la palanca. El tren silbó, rodó y emitió el sonido similar al rugido del león. La estación misteriosa, etérea, fantasmal se alejaba. Los esperaban majestuoso toboganes de pliegues de la memoria, sugestivos surcos de la imaginación, infinitos laberintos de la fantasía. Metal sobre metal las ruedas sacaron chispas de la carrilera; respetuosas las piedras se apartaron, formando una calle de honor que permitió el paso decidido de un tren que desapareció lentamente, guiado por un singular e impredecible maquinista de nombre AZAR.

viernes, diciembre 12, 2008

Tarde de sueños compartidos


Lo miré mientras tomaba mi café. A sus catorce años mi sobrino empezaba a manifestar sus deseos de autonomía. En ese momento escuchaba, en Las cuarenta principales, uno de esos programas juveniles que mezclaban la música de moda (en especial pop y rock) con los comentarios de locutores y oyentes. Le dije: “Juancho, conocí a alguien muy importante”. Su respuesta fue encogerse de hombros, seguido de un gesto entre “a mí qué me importa” y “¿de quién me estás hablando?”. Esta vez le pregunté: “Dime ¿a qué personaje te gustaría conocer?” Inmediatamente contestó: “A la que escribió Harry Póter”. “Me parece bien Juancho” y agregué: “tuve un encuentro con Jesús”. Mi sobrino abrió los ojos y me dijo: “Ay tío, ahora sí te enloqueciste, mejor me voy a dormir”… Me quedé solo. Puse la música que me gusta y me senté en medio de la oscuridad de la sala abrigado por la emoción que me produjo una de las tardes más maravillosas de mi vida…


Comencé a leerlo en 1997 durante mis estudios de Comunicación Social. A partir de ahí se convirtió en uno de mis autores preferidos. Siempre quise conocerlo, pero ni siquiera tuve la oportunidad de asistir a uno de sus conversatorios o algo por el estilo. Mi relación con él simplemente era la de un admirador que seguía su discurso acerca de la Educación, la cultura, lo popular y la comunicación. Pero hay momentos en que el destino confabula. El año pasado, cuando fui uno de los seleccionados de La ciudad jamás contada, supe que Jesús Martín Barbero sería el asesor conceptual del proyecto. Marina Valencia (quien lanzó la idea que finalmente fue recogida por el periódico EL TIEMPO) prometió presentármelo algún día; aunque él ya me conocía porque leyó la historia que escribí y publicó el periódico. Ese día llegó. El jueves 27 de noviembre se produjo el milagro: Conversé con Jesús Martín Barbero y, fuera de eso, me trajo en taxi a la casa. No podía creerlo. Estábamos los dos, en la parte trasera del vehículo, hablando como dos viejos amigos. Nunca tuve el privilegio de conocer a ninguno de mis abuelos. A uno de ellos-el paterno- lo llamaban Caselo, por eso elegí ese seudónimo. Pues bien, en realidad me sentí charlando con Caselo. El maestro Jesús Martín me impresionó por su sencillez. En el trayecto de veinte minutos desde EL TIEMPO hasta mi casa, comprobé que ama a mi país más que cualquier Colombiano: “Me quedé a vivir en Colombia por amor; además en Europa se cree que ya todo está descubierto. Aquí en Latinoamérica no. Esa es otra de las razones por las que decidí vivir en Colombia”. Lo escuchaba fascinado. Sólo lo interrumpí para decirle que siempre lo consideré un amigo y me respondió: “eso Carlos, me encanta que pienses eso”. “Yo tenía un sueño que cumplí. Quería que la gente escribiera en un periódico. Hay mucho que decir y todos deberían tener la oportunidad de expresarse en un medio de alcance Nacional”. Me conmovió saber que formé parte del sueño del maestro, pues yo fui uno de quienes tuvieron el honor de dejar una huella en las páginas del periódico. Y gracias a eso también cumplí uno de mis sueños: conocer personalmente a Jesús Martín Barbero.


El taxi me dejó en la esquina, pero la puerta por la que tenía que salir estaba del lado de la vía y, a esa hora, pasaban muchos carros.“Carlos, no te arriesgues. Déjame me bajo para que salgas por acá”. Y ya en la acera nos estrechamos fuertemente la mano. El maestro subió al carro y se perdió en la multitud de luces que van de un lado al otro de la ciudad. Lo vi alejarse y una sonrisa de complicidad salió de mi boca. Sí, se trató del hermoso final de una tarde de sueños compartidos.

martes, diciembre 02, 2008

Una rosa para amada





Amada camina descalza sobre la arena, le encanta la leche con vainilla en su tazón favorito, conduce a grandes velocidades por las carreteras y es una fiesta cuando esboza su sonrisa. Cuenta historias al calor de la fogata, mira las estrellas y se desplaza, de constelación en constelación, dando rienda suelta a su alegría. Después cierra los ojos y deja que la brisa bañe su rostro hasta convertirlo en un rumor lejano.

Sueño se desliza, sutil y silencioso, entre las sábanas. Sabe que es evocado continuamente, le complace sentirse deseado. Aunque no le molesta su nombre, tampoco se conforma con ser sólo una fantasía, por eso las madrugadas lo sorprenden dando interminables vueltas en la cama. En las noches de Luna llena enciende una vela blanca, se acomoda, escribe sin parar. Enseguida quema el papel y arroja las cenizas por la ventana, para que el viento sea mensajero de sus ilusiones.


Amada adivinó su presencia gracias a la enigmática intuición, propia de las mujeres. El rubor se extendió por sus mejillas al tiempo que de su pecho brotaba un suspiro prolongado. Sueño se acercó, acarició sus cabellos y le dijo: “Es para ti”. Amada recibió la rosa más hermosa del jardín, la llevó a la nariz y se dejó atrapar por el aroma de los anhelos. Sueño, conmovido, susurró: “Por favor, límpiame”. La mujer descubrió la marca de una espina en el dedo del hombre, entonces respondió: “No debo” y se alejó lentamente. Antes de perderse en la sabana se volteó y lanzó un beso cálido que sueño atrapó con su mano teñida de sangre.




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El almanaque desprendía sus hojas con la rapidez que producen los movimientos de rotación y traslación de la tierra. Los días pasaban cual destellos fugaces, el tiempo no daba tregua. En algún lugar del planeta una rosa permanece intacta en un jarrón de cristal. Cada mañana Amada la riega con gotitas de esperanza obsequiadas por Sueño. Tararea melodías que le llegan atropelladas, no tiene buena memoria, confunde las letras; no obstante compone inconscientemente con retazos de cientos de canciones y se recrea endulzando el ambiente con su voz de campanita.

Sueño discutió acaloradamente en la víspera con Onírico, rey de todos los sueños. El gobernante de lo etéreo e intangible le reprochó su atrevimiento y osadía al pretender materializarse. Ofuscado, fuera de sí, trató a la oveja descarriada de irresponsable. Sueño, terco y seguro a la vez, argumentaba cuanto se le ocurría; inclusive mostró pruebas: lágrimas derramadas en un frasquito; metáforas construidas a partir de las cuatro estaciones; canas en su pelo; impertinentes arrugas alrededor de sus ojos; ampollas en sus dedos de tanto rasgar su guitarra; múltiples asomos de triunfos y derrotas inevitables. Nada de eso le valió a Onírico quien realmente expresaba su molestia. Finalmente sentenció: “Ahora serás más sueño todavía”. Dicho esto salió disgustado, dispuesto a llamar al orden a miles de sueños inconformes, subversivos, revolucionarios.


“Tierra, viento, agua, fuego”, pronunciaba Amada en la pasividad de su descanso. Era noche estrellada, cielo abierto, bóveda iluminada por trazos de figuras dispersas; noche de noviembre, preludio de esperanzas arraigadas en el alma.

Sueño dibuja el rostro de Amada en cada una de sus palabras y, más tranquilo, duerme en brazos de sí mismo; pero invariablemente lo atormenta aquella visión: una ventana que, al parecer, no lleva a ninguna parte. Esa noche Sueño se sorprendió al encontrar, en vez de la ventana, una puerta entre abierta. Un poco inseguro la empujó y traspasó el umbral que lo separaba del vacío. Bordeó un río de aguas transparentes; escucho sus pasos gracias al crujir de las ramas secas; palpó la intensidad del verde esparcido en todas las direcciones. En el horizonte, aclarándose a medida que avanzaba, se encontraba Amada sentada bajo el amparo de un viejo roble. Ninguno de los dos pronunció palabra; simplemente se estrecharon en un abrazo cómplice, de hermandad, sincero y emocionado.

Calma pasajera, porque de repente Amada sonrió y dijo: “Límpiame Tú, por favor”. Sueño lucía su camisa amarilla; repasó la silueta de Amada y sus dedos se deslizaron debajo de la blusa blanca. La desnudó poco a poco, hasta que el algodón de la prenda fue a parar al lado de una rama indiferente. Sueño acarició dos jazmines que sobresalían de sus pechos; resbaló al meridiano de la mujer y desalojó de su ombligo un lirio pálido, justo en el orificio donde bien podría depositarse un diamante. Por fin, más abajo, en el cruce de caminos, serena y encendida, se hallaba la rosa roja. Cayó de bruces sosteniéndose de las caderas de Amada; bajó a su vía Láctea, plantó su boca en el terreno fértil y se empapó de la catarata contenida, en medio de la espesura. Mordió las paredes suaves y agrestes; absorbió la humedad, nadó en los abismos del torrente desatado. Amada gravitaba al experimentar la insolente voracidad de sueño. A estas alturas el viejo roble guardó silencio, volteó sus ojos y se tornó invisible; de pie, apoyada en el tronco milenario, la mujer movía sus piernas aferradas a un suelo incierto. No aguantó la soledad de su afluente, visitado por la sed desaforada de Sueño. Inclinó su cuerpo, se puso de rodillas y se contorsionó al igual que una bailarina. Libres en el espacio, dueños de la creación del universo, se apretaron con rabia y entrega, detenidos en la explosión de sus cinco sentidos. Las partículas de polvo estelar se compactaron, moldeando en el barro la materia fusionada. Sueño, tras dejar su huella, se acostó boca arriba jadeante, victorioso. Amada parecía naufragar aún en la tempestad de sus pasiones. Sueño clamó: “Te regalo los minutos que vienen; redímeme de las profundidades”. Plantear el desafío de esa manera no era necesario, puesto que Amada conocía ese letargo que antecede al reinicio de la batalla. Aplacó el evidente nerviosismo del hombre abalanzándose sobre él y le pidió: “Cierra los ojos”. De pronto un pinchazo profanó a Sueño. La mujer clavó una diminuta espina en el pecho del hombre y un hilito fino de sangre se precipitó más allá de su cintura. Los labios de la mujer se desplazaron por su figura abandonada; limpió la sangre gota a gota y después se arrastró hacia el polo que lo unía con el suelo. Allí, en ese instante, retornó la Torre de Babel y se levantó erguida, imponente, fortalecida, edificada en su confusión de lenguas y dialectos antiguos. Sueño volvió a la vida; pasó de largo cuesta arriba, cuesta abajo y se introdujo una y otra vez en las entrañas de Amada, violentando amorosamente la exhuberancia de su vorágine.

Escondido detrás de los arbustos, Onírico apenas podía dar crédito a lo que veía; no cabía en su mente, volátil e irreal, que Sueño y Amada consiguieran capotear la ausencia pese a la distancia. Colorado de ira se marchó dejando atrás la evidencia de un amor libre, intenso, tormentoso, mágico, sublime y lleno de colores.




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Amada sigue caminando descalza sobre la arena. Atraviesa el sendero acompañada por la brisa marina: todas las mañanas riega con gotitas de esperanza el jarrón, ahora ocupado por dos jazmines, un lirio y la rosa roja e iluminada. Se entretiene ensayando nuevas melodías y poco le importa si altera el orden de las letras. Precisamente hoy su voz de campanita entonó las delicias de un bolero:

“Bésame, bésame mucho
como si fuera esta noche la última vez.
Bésame, bésame mucho
Que tengo miedo perderte, perderte después…”

Luego soltó una sonora carcajada y observando las flores más hermosas del jardín murmuró: “Te adoro, Tú sabes que te adoro”.

Sueño aprendió a sanar sus heridas y a admirar su cuerpo en el espejo. La prisa se manifiesta algunas veces en sus fantasmas, pero entiende que si se quiere, la realidad es amiga de la fantasía. No volvió a permitir que Onírico matara sus deseos; por eso cuando llega la noche, se sumerge en el plácido temblor de su Universo, levantado al lado de la mujer en su isla misteriosa.

Los dos recorren los caminos de forma paralela, aunque, en ocasiones, por razones que escapan a cualquier tipo de lógica, logran coincidir en sus relojes. En ese instante simplemente basta con que aparezca la señal, apenas perceptible; Amada pronuncia sin siquiera advertirlo “Agua, tierra, viento, fuego”. Entre tanto, sueño es golpeado por las ondas que viajan en el aire y ante sus ojos aparece la puerta entre abierta que lo obligará a levantar el vuelo. Más tarde, poseídos por los recuerdos y las nostalgias, Amada y sueño sueltan sus amarras al compás de un interminable bolero.


Bogotá, abril de 2006

domingo, noviembre 30, 2008

Colores


Cuando termina una semana llena de momentos gratos hay que gritarlo a los cuatro vientos. Esta noche dormiré como un niño arrullado por los susurros de la esperanza.


En realidad para ser feliz no pido mucho. Sentir la presencia de mis cómplices en mis diferentes espacios, percibir corazones que regalan cariño, despertar cada mañana y acariciar un nuevo día, sólo con eso me basta. De ahí que lo comparta con ustedes amigas y amigos míos.


Regresar así es nunca haber partido. Ahora seguiré adelante pateando las piedras, abrazando los árboles y entregándome de lleno, una y otra vez, a la magia de la de la palabra.


Soy el mago de tu corazón ¿quieres beber un poco del elíxir que te preparé?


miércoles, noviembre 26, 2008

Filos de lata


Durante mi ausencia resolví dejar de publicar en mis blog hasta tanto no solucionara mi conexión de internet en casa. No es igual ir a un cíber café. Aunque en esos establecimientos puedo navegar en los mismos espacios, me había acostumbrado a visitar a mis cómplices desde mi habitación. Sentía que estaban a mi lado, que intercambiábamos sensibilidades, visiones del mundo, alegrías, tristezas. Por eso pensé que era preferible hacer un alto en el camino y regresar solamente cuando tuviera la oportunidad de abrir todas esas puertas con la llave de mi computador…

El sobre es azul y tiene círculos amarillos (mi color preferido). Viene de Argentina por medio del correo oficial del país del sur. En la declaración se describe el contenido: Un libro de regalo. Vivamente emocionado lo abrí. Flotando en el colchón de un material que se utiliza para proteger (me refiero a una espacie de plástico interior) lo encontré. Autora: Mercedes Sáenz. Título: Filos de lata. En la solapa la fotografía de la escritora: Rubia, ojos enormes, recostada en el pasto. El aroma de la tinta en cada una de las hojas me hizo sonreír. Y en la primera página una dedicatoria: “Carlos Eduardo: con todo cariño de este afecto virtual. Tal vez un día nos conozcamos. Un abrazo, Mercedes Sáenz. Noviembre de 2008”. Y de esa forma el milagro de la vida y de la esperanza llegó a Colombia. Hoy tengo la certeza de que el arte es el único capaz de transformar la realidad. Entonces decidí escribir de nuevo, llenar poco a poco los espacios que abandoné semanas atrás. Porque, entre otras razones, la existencia es una sola y hay que aprovecharla. Quién sabe, a lo mejor somos protagonistas de un sueño colectivo que se convirtió en cuento interminable.

Sería muy atrevido de mi parte entrar ahora a reseñar un libro. Jamás lo he hecho. Tampoco soy crítico literario. Simplemente disfruto y, sobre todo, admiro al ser humano que desnuda su alma a partir de la palabra. Permítanme entonces compartir con ustedes brevemente- en los siguientes párrafos de la obra- una parte del tesoro que hallé al principio o al final de este arco iris.

“La niña, en el fondo de su corazón, siempre quiso ser india. Ni reina ni princesa. No madre de miles de hijos. No soñaba con ser sabia ni sobresaliente. Sólo quería ser animal silvestre, mezclarse entre las ovejas y las cabras, hablar con los caballos sin que nadie la escuchara. Tener un perro. Pero el mundo era otro y los juegos convencionales entretenían un rato. Le gustaba más tirarse sobre las piedras a mirar el cielo. La niña empezó a quedarse sola, no por falta de cuidados, ni de amor de los buenos, sino porque no entendía los códigos de su entorno…”

En el anterior fragmento (que pertenece al primer capítulo del libro: “Carta de una mujer imaginera aun amigo imaginario”) y de esa incomodidad e incomprensión del entorno que la rodea, nace la escritora. Si todo fuera así y no hubiera más remedio ¿qué sentido tendría imaginar la vida de otra manera? Entre la realidad y la fantasía hay un puente que nos lleva de un lado al otro. Feliz aquel que dibuja pacientemente su universo y es capaz de atravesar las fronteras trazadas por la cultura, la educación y la familia. Hay que ir por el mundo con la mirada atenta. Solamente así es posible descubrir la grandeza de las pequeñas cosas.

Libro casi autobiográfico que recrea el paso del campo a la ciudad y sus inevitables contrastes: “La casa era chiquita y no digo pequeña. Sin gas natural, ni luz eléctrica y una cocina a leña de donde salían las tortas de cumpleaños que, tiempo después en Buenos Aires, supe que eran las más torcidas del mundo” (Capítulo No potrillo pampa. Texto: Te cambio la figurita, ¿querés?)Familia numerosa. Madre amiga. Padre escritor. Hermanas y hermanos que llegaron a este planeta en intervalos cortos de tiempo. Lenguaje en el que saltan como fueguitos juguetones las rimas: “Perdone amigo si mucho le escribo con doble “a”, pero en ésta la rima es la letra que acompaña. Al que es del campo y le cuesta escribir, a veces la letra le sale como una copla, ¿vio? Se ayuda al sonido y la memoria se va viniendo solita” (Carta de una mujer imaginera a un amigo imaginario). Luego un telar en el que la autora teje una manta de hilitos multicolores y, para ello, se vale de textos cortos que conforman los capítulos. En ellos el compromiso social, siempre presente en la imagen del indio, el campesino y la naturaleza: “Refugios de madera. Instante en que lo ajeno a la selva se detiene. Pequeñas ciudades de niños indios con enormes canastos a cuestas. Suben con cierta dificultad…” (No potrillo pampa. Texto: Pequeños escapularios). Más adelante ojos, miradas, frases que buscan descifrar las sombras que distorsiona y proyecta la luz de la luna en la penumbra: “El jardín dormía el pasto blanco de frío. Especula la luz como un viejo trapo sacando lustres apenas por arriba. Hace rato las paredes de la casa hicieron silencio para las hormigas mientras crece verde entre baldosas…” (Texto Siete ojos en la luna. Capítulo del mismo nombre) Enseguida son diferentes mujeres las que emergen de la oscuridad y, envueltas en el traje de lo cotidiano, nos enseñan cómo usan su sexto sentido: “Esa mujer no debe llamarse Paulina. El pelo que se veía era lindo. El común de las mujeres lindas no tiene lindo pelo. No Paulina, sí…” (Capítulo: Esa mujer no. Texto: No Paulina). Finalmente la adolescencia, la memoria, los recuerdos, la soledad, el miedo, la claridad del amanecer. En síntesis una melodía que parece una improvisación de música latinoamericana, jazz y miles de sinfonías: “Sonaron acordes de guitarra como los de Eric Clapton y los dedos de Joaquín subían y bajaban a una velocidad inusitada, casi furiosa. Se detenían de pronto en algún punteo de armonía perfecto” (Ese chabón escupiendo conejitos. Texto con el mismo nombre del capítulo).

Termino aquí mi intento de reseñar del hermoso libro de Mercedes. Hay tanto aún para decir que ofrezco disculpas por no mostrar un panorama más amplio y exacto de la obra que tengo en mis manos. Quería hacerles partícipes, amigas y amigos, de esta señal inequívoca de que el mundo vale la pena. Y una feliz coincidencia. Al revisar el nombre de la Editorial tuve la sensación de que el destino confabuló otra vez en mi favor: VELA AL VIENTO, Ediciones patagónicas.

Gracias querida Mercedes por regalarme un tesoro invaluable.

domingo, noviembre 16, 2008

El mensaje de mi botella


Hace siglos para comunicarme con alguien en la distancia, no tendría más remedio que esperar a que un barco llevara mis pensamientos. Por supuesto habría que tener en cuenta el lugar de destino. Si era en Colombia bastarían días, quizás semanas. En caso de que fuera al otro lado del mundo tal vez meses, inclusive años. Entonces sería necesario resumir en algunas cuartillas pasado y presente. Cuántas cosas no sucederían durante ese tiempo de ansiedad y espera. Recuerdo por mis lecciones de historia que las noticias llegaban primero por ecos de tambores. Después cuidadosamente inscritas en papiros. Más adelante arribaban- de mano en mano- esparcidas en hojas gracias a la imprenta. Y así fuimos tejiendo un texto que pasó también por los S.O.S en clave Morse, la novedad del telégrafo, la nostalgia del telegrama, el inverosímil mensajero de nombre fax y, por último, las ondas alojadas en cables y que flotan en el espacio.


El café me acompaña. Prendo un cigarrillo. Enseguida activo mi computador y, al iluminarse la pantalla, decenas de naves de la fantasía se desplazan entre sus toboganes y senderos interiores.


“Mi borrasca desatada que vino, se quedó y, aunque diga aquí no juego, me permite volar en sus impetuosos- y a la vez sutiles- vientos primaverales. Junto a ella una reina muy personal luce su corona y calza zapatillas de tacones de un rojo inspirador. Elijo la puerta del sur y entro En el País de Alicia. En esa nación suelo pasearme por orillas de aguas serenas y filigranas de versos. Su paz es la certeza de los afligidos. En el mismo territorio, pero dando un brinquito, se acercan mis Vacas encontradas que me saludan con su sinfonía de mugidos en do de pecho. Y, vaya coincidencia, claramente escucho el susurro de los poemas acostados que parecen declamar desde el rocío de la mañana. Por si esto fuera poco Cecy, siempre Cecy, corre al lado de sus duendes y me lanza un beso de algodón de azúcar. No acabo de asombrarme cuando el delirio me paraliza. Sí querida Lirium, apuesto a que tu gato me regaló un destello de tus ojos. Un momento, ahora Formosa me da la bienvenida y una mujer de ensueño- Sandra- guía mis pasos a lo largo de esa tierra entrañable. Paola Ippolito me extiende la mano para invitarme a su mundo y sus atajos. De inmediato me dejo arrastrar y mi cuerpo se transforma en una simpática y ligera pompita de jabón. Eso sí no es posible cambiar de rumbo antes de desplazarme por los callejones de sensibilidad del Corazón Urbano de mi buen amigo José y del mundo elaborado a base de agudeza y responsabilidad social- Entre sombras y espejos- de un Holograma blanco al alcance de los espíritus inconformes. Sí amiga, ya sé. Te inventaste una estación en la que los viajeros desorientados recibimos ayuda. Es que Tú, Ferípula, eres nuestra gran amiga además de aliada ciberespacial. La cueca chilena acaricia mis oídos. Subo Más allá del séptimo cielo. Que tranquilidad se percibe en la dimensión paralela. Sé que está habitada por un espíritu alegre con rostro de mujer. Claro que, pensándolo mejor, debería hablar con El ángel que aclara tus dudas. Me encantaría que me explicara por qué anda tan desaparecido. Hay una arqueóloga de los sueños que vive en un país verde e inmenso. En portugués Te-Pito-O-Te-Henua me suena a ritmo de percusiones, pájaros que bailan, tierra fértil. A se derecha Emannuela se desliza también por los recovecos de la Bossa Nova. Conocí La Caverna de Perséfone una noche. Y fue tanta la emoción que no aguanté las ganas de sumergirme en su misterio. Sí, definitivamente, hay un hilito de lana que señala el laberinto y termina en un ovillo de colores. Porque invariablemente, al final del túnel, la música manda. O si no que lo diga Aquella extraña canción (o canción en las venas) que improvisa las más deliciosas melodías de lo cotidiano. Estoy seguro de que se acoplan perfectamente a la elegancia y delicadeza de Paspartú. Y, además, son el pretexto por el cual la Voz emergente se eleva. ¿O Será más bien la vitalidad y convicción de mi hermana venezolana Isa, Mujer en constante crecimiento? No me hace ninguna gracia quedarme con la duda. Por eso acudo a un sublime Universo Personal en el que su dueña nos pide “sonrían por favor”. Es que en México hay una fotógrafa que retrata las señales de la historia y el sinsentido del Siglo XXI. Lo mismo hace su compatriota, quien abre Una ventana al amor y al desamor para dar un grito que sale de sus fronteras, atraviesa Latinoamérica y termina en la Patagonia. “En un lugar de la mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…” Efectivamente, al otro lado del charco, una hermosa mujer es La danza del tiempo y el espacio. No contenta con ello se dedica a dibujar semillas de vida en un lienzo que se convierte en un mural de esperanza. Ella es amiga, cómplice, hermana. No es raro que en ese continente- y en aquel país- Existir y resistir sea la consigna. No me cabe la menor duda de que esa es la única manera de despertarnos. Lo mejor de todo es que en esas latitudes El piano huérfano de la bella Raquel ejecuta un ensayo silencioso de teclados y poemas. A decir verdad puede ser a la vez el llamado de la naturaleza que convoca, en sus rugidos pausados y cadentes, La hija del Jaguar. Tanto es así que La magia de las runas es capaz de predecir en qué instante el universo confabula. Y, de repente, las palabras perdidas de Elí marcan la distancia que hay entre la realidad y la imaginación. Quién sabe, a lo mejor un delicioso plato de cuentos despierta los sentidos al leer el menú de Escritora a la carta o la invocación de todas las artes que nos regala Sybila. Creo que descansaré un minuto y me dejaré arrullar por las Historias de un ático. Ya casi termino mi recorrido diario. Son tantas paradas obligadas y reconfortantes que siempre duermo con una sonrisa en mi rostro. Y, mientras me cobijo, mi cabeza descansa en el mapamundi de Trueque Muisca, el cruce de destinos de Preludio y la espiritualidad de Una Posada para el alma..."



Los amo de verdad. Hasta pronto y gracias. Se quedan en mi corazón.


Carlos Eduardo Rojas Arciniegas- Caselo

martes, noviembre 11, 2008

¿Cómo definirte?


Se asocia a vientos fuertes y elevaciones atmosféricas. Encontré también que produce un cielo encapotado y muy bajas temperaturas durante el día. Seguí buscando y llegué al imprescindible diccionario de la Real Academia de La Lengua. Allí dice que es una tempestad o tormenta de mar y de tierra que puede venir acompañada de descargas eléctricas. Finalmente, más abajo, sostiene que-coloquialmente- es sinónimo del festín con excesos.
No quedé satisfecho, entonces resolví mirar en otro lugar. Mis pesquizas me llevaron a escudriñar la etimología de la palabra. Hallé un dato inetresante: proviene del latín vulgar borras, del genitivo de borelis, relativo al norte. Bóreas es una palabra griega que significa "viento que viene del norte".

No quise continuar rompiéndome la cabeza. Agradecí a los expertos en metereología, a los académicos de nuestro lenguaje y a los adorables filólogos quienes, como su raiz latina lo indica, son "amigos de las palabras". Cerré los libros consultados y me puse más bien a recordar.

Las claves aparecen sin pedir permiso. Una a una llegan convertidas en imágenes, melodías, olores, sabores y texturas. De aquellas señales conservo en la memoria las que he tenido el privilegio de sentir: tu voz, tu risa, tus ojos y tu complicidad. Las demás tendrán que esperar su turno. Habrá que aguardar un guiño del Universo para sentarnos a "echar carreta", cara a cara, acompañados por la magia del café. Mientras tanto me acostumbré a tomar una taza a las diez de la noche.

No sé en qué punto cardinal estás. Soy malísimo en geografía; además me desubico fácilmente y es posible que me pierda dándole la vuelta a la esquina. Me queda claro eso sí que, vengas de donde vengas, llevas puesta la ruana del altiplano cundiboyacense y una orquídea hermosa de la ciudad de la eterna primavera.

Seas viento fuerte, nube negra, rayo, trueno, lluvia, frío, me complace saber que llegaste con tu ráfaga de alegría desbordante. Y por eso hoy trato de definir tu nombre, aunque mis esfuerzos se desvanecen, por fortuna, en medio de la luz que regalas con tu presencia...

Estoy seguro de que el pescado que cocinaste el sábado te quedó delicioso. Te confieso que a este pechito se le hizo agua la boca de sólo leer tu receta. En resumidas cuentas: todo un festín.Sí. igualito a ese que apareció de pronto de la pluma de los filólogos.



domingo, noviembre 09, 2008

Espejismos


Delante de ti un tiempo que se abre en surcos de ansiedad. Atrás los fragmentos de la memoria que se alejan. Y la existencia, ese misterio al que llamamos vida, transcurre en un escenario donde lo real e imaginado se abrazan en caminos paralelos.


Tu rostro es un pergamino escrito por poetas anónimos. Cada palabra inscrita sobre la piel es el lenguaje de la sangre de la tierra. Allí colores propios de la niñez. Allá matices sombríos y profundos. Más adelante la fugacidad de blancos y negros en grises que los desvanecen.


Hoy el reloj ya no mide las horas igual que antes. El calendario tampoco es un inventario de los días. Pero sabes que pasado, presente y futuro son instantes que escapan a la fragilidad de tus sueños. Sólo aquel que es capaz de adivinar el recorrido de la Luna, del sol y las estrellas- o de descifrar el canto de los grillos- puede levantar una escalera sin peldaños. Y por ella subirá, mientras los demás vamos como fantasmas cargando uno a uno el peso nuestras utopías.


Regresa, deshace tus pasos, aniquila las semillas que no germinaron. Y recuerda que la luz no proyecta tu sombra. Simplemente es un espejismo. Ahora es tu turno: sal a reinventar el mundo.