Hay un lugar en el Universo, un pedacito de la existencia, una rayita en el tiempo. Sabes que mis sueños no tienen límites, que detrás del velo de la realidad todavía anhelo jugar a las escondidas con la mujer de mi vida en Machu Picchu. El camino del Inca tiene que ser igual a esa calle perdida de nuestra ciudad gris. Y aunque el sol insista en aparecer como un intruso, disfrutamos más el encanto de nuestra capital fría.
El azar y el destino se encuentran en algún momento. Por eso el espacio en el que se dibujan las montañas es igual a la música clásica que nos arrulla. Una noche me puse a hacer un inventario de las cosas que me inspiran. Pasé por todos los rincones de mi sensibilidad, traté de no dejar un resquicio por el que pudiera filtrarse la monotonía. Terminé, entonces, resolviendo soledades abrazado a un árbol o rodando por el pasto desde lo alto de una colina.
Soy muy predecible. A lo mejor estas palabras irrumpieron en surcos anteriores de la memoria. Tal vez un libro abierto de tapas duras que se humedecen cada vez que la tinta se convierte en nostalgia.
La única forma de romper el silencio es cerrar los ojos y escuchar tu voz. Te escribo desde mi país imaginario, más allá de las márgenes de un territorio sin etiquetas, donde el viento trae el brillo de aquellos colores con los que siempre borramos las distancias.