La fuerza de la palabra
Caminamos, caminaremos, hemos caminado. Pretéritos perfectos e imperfectos, futuros que se aguardan a sí mismos, presentes tan reales que pueden olerse a kilómetros de distancia.
Marina sirvió el vino que llevó con ocasión de nuestra visita a Luz Marina. Por supuesto a mí me correspondió el honor de destaparlo, no sin antes habilitar con un tornillo el improvisado sacacorchos. Mientras Luz Marina sostenía la botella, yo me encargué de jalar de un solo envión ayudado de unos alicates; y aunque por exceso de fuerza-o quizás de emoción- la mitad del corcho quedó en el cuello de la botella, pudimos degustar el delicioso manjar de los dioses que provenía de las entrañables tierras chilenas.
El sur de Bogotá es una ciudad escondida, diferente y desarraigada de la propia capital, que se extiende con su historia de desplazamiento, violencia, pobreza pero también mucha, muchísima dignidad. Al fin y al cabo por aquí entraron las tropas libertadoras de Bolívar después de su paso inverosímil por la Cordillera de los Andes.
La vida de Luz Marina es reflejo del empuje y coraje de los colombianos, especialmente de las mujeres; basta leer el comienzo de su escrito en La ciudad jamás contada titulado “¿Qué se hizo esta ciudad que yo quería?” para dimensionar su capacidad de entrega, amor y sacrificio:
“Le taladramos el alma a la montaña a pico y pala para lograr la felicidad de una vivienda digna. Una tabla, una puntilla, un ladrillo; chambas y huecos para las columnas; se levantaron paredes, se fundieron planchas. Todo para vivir mejor. Vendría el sorteo y en medio de una fiesta vimos que nuestro sueño se hacía realidad. Y así comenzó la historia. Soñamos en un futuro, viéndonos emparentados, los hijos de los vecinos casados, los niños que más tarde querrían ser profesionales o quizás obreros como sus padres, veíamos nuestras casas terminadas de tres pisos con altillo…”
Y, efectivamente, ahora estábamos en la vivienda soñada compartiendo la tarde de un sábado en medio de risas, complicidad y recuerdos.
Marina interrumpió a su tocaya cuando hablaba de las dificultades que tuvo que padecer y dijo: “Es que Colombia es un país de mujeres”, a lo que manifesté: “Toda Latinoamérica es tierra de mujeres” y de inmediato agregó: “No mi Charlie, más que todo Colombia, eso te lo garantizo”. El tono de su voz era dulce y firme a la vez; por eso empecé a visualizar a las madres de mi país que van por todo el territorio de la mano con sus hijos para llegar a alguna parte; o en las esquinas esas valientes mujeres vendiendo lo que pueden con tal de no dejar morir de hambre a la familia. Al mismo tiempo las líderes de la comunidad que reclaman respeto y justicia social. Concluí entonces que Marina tenía razón: “Colombia es un país que no se ha desangrado completamente gracias a sus mujeres”.
La tarde se nos fue igual que los vientos de agosto que se aproximan. Había tanto todavía por decir que prometimos repetir el encuentro. La ciudad jamás contada, a parte de ser un proyecto que nos permitió publicar nuestros escritos, nos dejó algo más: lazos inquebrantables de amistad. La próxima semana, el 29 de julio, tendremos la oportunidad de visitar a Klauss Salcedo en la Cárcel la picota. Él es otro de los ganadores de la convocatoria y escribió un texto hermoso llamado “Desde el jardín”. Su testimonio es otra prueba de que la libertad se lleva en el alma y en el corazón porque, a pesar de permanecer recluido, sus palabras se esparcieron a lo largo de la geografía nacional. Y después nos quejamos de que no hemos podido hacer nuestros sueños realidad.