Tu boca quedó coloradita por culpa del algodón de azúcar. Y al verte en el espejito que sacaste de tu bolso soltaste una carcajada. Faltaba todavía una hora larga para que oscureciera. Las calles de Bogotá se transformaron en cristales que reflejaban la luz del sol, gracias a ese cielo muy azul y despejado.De pronto cientos de palomas aparecieron, luego de que un niño tirara al suelo un puñado de maíz que traía en una bolsa. Todo era una fiesta. Inclusive las torres de la iglesia de Lourdes no escapaban al ambiente de carnaval, finamente pintadas de ese brillo que produce el verano en Bogotá. Bueno. Verano es un decir, porque, como te lo expliqué, en mi país no hay estaciones.
Te llamó la atención un hombre sentado al lado de algo parecido a una caja, de la que salía, en la parte de adelante, una especie de lente. Mirabas detenidamente sin preguntarme nada, hasta que notaste que una pareja se le acercó. En ese momento el señor se paró, metió la cabeza dentro de la caja y dijo: “miren el pajarito y sonrían”. Segundos después les entregó un papel. Se traba de la fotografía recién tomada del hombre y la mujer.
Sin darme ninguna explicación cogiste mi mano (sí, cogiste, acá se dice cogiste) y me llevaste corriendo al lugar donde estaba el fotógrafo. Al llegar dijiste: “Por favor, tómenos una foto”. Pensé que te ibas a limpiar los labios que aún estaban rosados por el algodón de azúcar, pero no sacaste ningún pañuelo. Por el contrario, te embadurnaste más con lo que te quedaba de aquella deliciosa golosina y, enseguida, me diste un beso largo que dejó mi boca del mismo color. Cuando estuviste segura de que ya estábamos listos te me acercaste, nos abrazamos, miramos el pajarito y, finalmente, salió una foto en la que se ve a dos amantes dichosos con caras y sonrisas de payasos.
Imagen tomada de http://www.culturarecreacionydeporte.gov.co/portal/node/952