miércoles, febrero 23, 2011

Instantánea para la eternidad

Tu boca quedó coloradita por culpa del algodón de azúcar. Y al verte en el espejito que sacaste de tu bolso soltaste una carcajada. Faltaba todavía una hora larga para que oscureciera. Las calles de Bogotá se transformaron en cristales que reflejaban la luz del sol, gracias a ese cielo muy azul y despejado.De pronto cientos de palomas aparecieron, luego de que un niño tirara al suelo un puñado de maíz que traía en una bolsa. Todo era una fiesta. Inclusive las torres de la iglesia de Lourdes no escapaban al ambiente de carnaval, finamente pintadas de ese brillo que produce el verano en Bogotá. Bueno. Verano es un decir, porque, como te lo expliqué, en mi país no hay estaciones.

Te llamó la atención un hombre sentado al lado de algo parecido a una caja, de la que salía, en la parte de adelante, una especie de lente. Mirabas detenidamente sin preguntarme nada, hasta que notaste que una pareja se le acercó. En ese momento el señor se paró, metió la cabeza dentro de la caja y dijo: “miren el pajarito y sonrían”. Segundos después les entregó un papel. Se traba de la fotografía recién tomada del hombre y la mujer.

Sin darme ninguna explicación cogiste mi mano (sí, cogiste, acá se dice cogiste) y me llevaste corriendo al lugar donde estaba el fotógrafo. Al llegar dijiste: “Por favor, tómenos una foto”. Pensé que te ibas a limpiar los labios que aún estaban rosados por el algodón de azúcar, pero no sacaste ningún pañuelo. Por el contrario, te embadurnaste más con lo que te quedaba de aquella deliciosa golosina y, enseguida, me diste un beso largo que dejó mi boca del mismo color. Cuando estuviste segura de que ya estábamos listos te me acercaste, nos abrazamos, miramos el pajarito y, finalmente, salió una foto en la que se ve a dos amantes dichosos con caras y sonrisas de payasos.


Imagen tomada de http://www.culturarecreacionydeporte.gov.co/portal/node/952

lunes, febrero 07, 2011

Versos de mamá


Anoche me encontré con tus palabras. Desde hacía tiempo escudriñaba en todos los rincones tu voz plasmada en el papel. Y por fin hallé aquel librito que un día le dedicaste a papá. Estaba en el fondo de uno de mis cajones, agarrado por un gancho legajador a una carpeta de cartulina gruesa. Al lado de cientos de hojas llenas de poemas mecanografiados de grandes autores de Hispanoamérica, hay un cuadernillo –también mecanografiado- en el que se lee, a manera de prólogo, lo siguiente:

“En el estudio de este pequeño libro de grandes obras encontramos, en la primera parte, recuerdos de un pasado que nos expresa los sentimientos de una mujer que amó con todo su corazón, pero que el destino quiso que esos amores se truncaran, tal vez para que en un presente (como lo es la segunda parte) encontrara la felicidad que en otros brazos no pudo hallar.

Así pues quiero expresarle a la autora mis más sinceras felicitaciones por el contenido de este libro (especialmente en su segunda parte)”.

Carlos Alberto Rojas.

Enseguida aparecen las letras de la autora, quien hace una breve introducción y, posteriormente, una hermosa dedicatoria:

“En estas sencillas pero sentidas palabras, quise plasmar lo que siente el corazón, advirtiendo que estos trozos, que tienen la pretensión de ser versos, han sido escrito a través de mi vida y por una mano inexperta…

Carlos:

Estos pequeños versos son la expresión sincera de lo que ha sentido mi alma. Y te los dedico con todo el corazón porque en tu cariño hallé una grata comprensión y la gran paz que siempre anhelé para mi espíritu que se encontraba abatido antes de conocerte. Guarda este presente como recuerdo de nuestro hermoso aniversario.

Con todo mi amor

Martha Cecilia Arciniegas Rodríguez

Bogotá, diciembre 29 de 1965”.

A continuación dos poemas de mamá de los que dedicó a papá y que son el testimonio de una mujer enamorada del amor y de la vida.


Y LLEGASTE TÚ


Mi vida era una sombra de lúgubre nostalgia

sin anhelos, sin luz, sin amor y sin fe,

más llegaste un día y con misteriosa fragancia

me enseñaste lo hermoso que en el mundo es volver a creer.

Antes de conocerte estaba llena de angustia

mi existencia era un continuo padecer,

más luego comprendí que con dulzura

te habías apoderado de mi dolor y de mi ser.

Yo sólo quiero que comprendas,

sufrí mucho con mi triste soledad,

las horas que viví fueron eternas

y cuando te vi olvidé que existía la maldad.

Ahora me embarga una gran tristeza

tengo miedo de amar y padecer

aunque siempre pedí a Dios con fortaleza

encontrar a alguien me pudiera comprender.

Yo te ofrezco, humilde y muy sincera,

lo poco que alcanzo yo a valer

un corazón atormentado por la pena

y un alma que quiere renacer.

No me engañes jamás yo te lo pido

sólo quiero entregarte todo mi amor,

darte la vida en un solo latido

y vivir para siempre sin dolor.

Toma todo lo que yo te entrego,

en un arranque de inmensa realidad

y vivamos con este gran sosiego

que nos dará la dicha por toda una eternidad.



LO QUE ANHELA EL CORAZÓN


Cuando las voces del amor se quiebran

y las palabras del silencio hablan,

brotan la cielo cual cálido incienso

en ruta tenaz de una esperanza

Yo conocí la angustia

anidó en mi alma por mucho tiempo

y creí que mi alma estaba mustia

que era incapaz de vibrar al amor que siento.

Dicen que cuando se ama no se olvida

pero es imposible alentar el sentimiento

cuando en el ser que amas ya no anida

el amor que juró y es cruel tormento.

Llegar a la orilla de tu destino

será lo que mi alma siempre ansía

obligar a tu corazón que se abra al cielo

para mirar en la estrella de tu vida.

No alzar tu corazón a esa altura

donde está nuestra estrella iluminada

sería como dejar el alma entera

en una soledad para siempre abandonada.