Y claro que nos unía algo más que la complicidad de dos viejos amigos. Nos reíamos de los mismo chistes, íbamos a las fiestas con nuestro grupo, jugábamos billar, cantábamos y hasta conquistábamos; bueno, en este aspecto debo reconocer que Álvaro me llevó siempre la delantera. Lo cierto es que había algo muchísimo más trascendental, un vínculo inalterable, quizás el motivo poderoso de esa camaradería: un balón de fútbol. Es verdad que, de alguna manera, la afición por ese deporte nos ponía en orillas opuestas. Él es hincha de Santa Fé. Yo fanático de Millonarios; pero aunque cada uno era fiel a su respectivo equipo de Bogotá, acudíamos todos los domingos (y a veces los miércoles), sin falta, al estadio. Fueron casi diez años ininterrumpidos de ver partidos buenos y malos; de esa ceremonia que empezaba con la antesala al cotejo. Porque antes de entrar a la tribuna compartíamos un trago, una cerveza, una gaseosa o aquella comida típica de la capital llamada piquete, que consumíamos en “El Palacio del colesterol”.
Un miércoles en la noche- tal vez de 1992- se enfrentaban Santa Fé y Millonarios. Como de costumbre nos citamos en las afueras de El Campín dos horas antes del encuentro. Compramos la boletas, luego fuimos a una tienda cercana, nos sentamos en una mesa, pedimos media botella de ron y la tomamos despacio, intentando arreglar el país a punta de palabras. Al filo de las ocho salimos del establecimiento, caminamos las cinco cuadras que nos separaban e ingresamos a la tribuna Lateral Sur. Aún no existían las llamadas “barras bravas”, y pese a que ese sector del estadio era el más barato, podíamos disfrutar del espectáculo sin ningún problema. No importaba que nos tocara detrás del arco. Nos ubicábamos en la parte más alta y así teníamos una visión perfecta del terreno de juego. Mientras rodaba el balón matábamos el tiempo haciendo los respectivos pronósticos, discutiendo acerca de la posición de nuestros equipos en el campeonato.
-“Si les ganamos hoy subimos tres puestos. Quedamos de octavos y clasificamos”, dijo Álvaro con inconfundible voz de optimismo.
-“Jajajaja . No sea iluso. Llevan tres años sin ganarnos un clásico. Millos es tu papá”
-“Vea, no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista; además no se olvide que su equipito anda muy mal. Viene de perder con el colero”. .. ¿Quiere tinto (café)?.
Respondí que sí. Mi amigo chifló, levantó el brazo y le hizo señas al vendedor que cargaba una especie de dispensador portátil en su espalda y repartía café en la tribuna. Agarré mi vaso de plástico, probé un poco y prendí un cigarrillo.
-“Bueno ya van a salir los equipos”, anoté
-“Sí mijo, llegó la hora de la verdad” contestó Álvaro al tiempo que, me pareció, se echaba la bendición.
Seguimos charlando sobre la fecha futbolera, la historia de los clásicos, uno que otro paréntesis en el que nos contábamos cosas de nuestras vidas personales y, algunas veces, nos sumíamos en esporádicos silencios de nervios o expectativa. De pronto, en medio de uno de esos silencios, Álvaro me gritó:
-"iGüevón, se está quemando!”
Volteé la cabeza y descubrí una expresión de pánico en los ojos de mi amigo. No sabía a qué se refería hasta que empecé a notar un olor a chamuscado y a percibir el humo que salía de quién sabe qué parte. Bajé la mirada y casi me da un infarto. Delante de mí, justo en la siguiente grada, la chaqueta de mi vecino de enfrente mostraba una llamita que comenzaba a crecer. Aterrado me di cuenta de que se prendió por culpa de mi cigarrillo. Justo en ese momento salían los árbitros y los veintidos jugadores a la cancha. El papel picado, los cánticos, la algarabía general, se confundían con nuestra inevitable preocupación. De inmediato cogimos al pobre cristiano a palmadas en la espalda- sus acompañantes también- hasta que logramos apagarlo; entre tanto, a través de los altoparlantes del estadio, se anunciaban las notas marciales del himno Nacional. Creo que, a lo mejor, el respeto que generan música y letra del símbolo patrio, lograron distraer la atención de la víctima de mi piromanía por descuido.
Todavía me cuestiono si fue por la euforia de la primera jugada de gol, por la intensidad del juego o la adrenalina que produce un partido de esa naturaleza; en todo caso el afectado, pese a enojarse, no tomó ninguna represalia. Lástima que, para mi desgracia, el tipo resultó hincha de Santa Fé. Esa noche Millonarios le dio un baile impresionante a su rival de patio ganándole tres a cero. Y yo, muerto de la pena- y acudiendo a mi instinto de supervivencia- me tragué la emoción y tuve que cuidarme de cantar o festejar siquiera uno de esos golazos.
4 comentarios:
Son cosas que suceden, y más en ese tipo de espectáculos.
¡Felices fiestas de diciembre!
Desde México te mando un beso y un abrazo.
jajajajajajajajaja eso fue lo que te mató la dicha.
¿Ves? si por eso sigo repitiendo que fumar no conduce a nada bueno.
Un placer leerte como siempre mi querido cachaco.
Por cierto, confío en que hoy prendas una velita por mí, yo haré lo mismo por ti, deseándote lo mejor!!!
Te quiero mucho, no lo olvides...
Un fuerte abrazo y mi cariño por siempre
Hola maguito, tanto tiempo!!!! Acá la rivalidad clásica es entre River y Boca... así que me imagino que cuando estés aquí vas a tener que hacerte bostero...
Ya armaste el arbolito para que Papá Noel, o el viejito pascuero o... te dejen los regalos?
Cariños
Roxxi
Wowwwwww... Eso si fue intenso...
Pero al final te llevaste los goles al corazón.
Un fuerte abrazo.
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