miércoles, octubre 08, 2008

Diálogo anestesiado






-¡Carlos Eduardo Rojas!

- Si, soy yo

-¿Quién es su acompañante?

-Yo señorita, Carlos Rojas, el papá

-Bueno sigan detrás de la cortina. Desvístase totalmente, entréguele la ropa a su papá, póngase la bata con la abertura hacia atrás, el gorrito en la cabeza y los protectores en los pies. Su acompañante debe esperarlo afuera.

-¿Tengo que permanecer todo el tiempo?

-Si señor, no se puede mover de la sala de espera. Es por si sucede algo.

-Mijo, se nos olvidó una maleta para guardar su ropa

-Pues tocará envolverla en la chaqueta. Llame a mi hermana para que se venga y la traiga.

-Ya estoy listo señorita

-Bien Carlos, súbase aquí mirando al frente y no se mueva: 76 kilos. ¿Es alérgico a la penicilina?

-No

-¿Sufre de diabetes?´

-No

- ¿Operaciones?

-Una en ambas caderas recién nacido, otra de una hernia inguinal a los 9 años y la última reemplazo total de cadera derecha en 1995.

-Deme el brazo. ¿Ha comido algo hoy?

-Si, dos paquetes de galletas de soda y una taza de té.

-Entonces toca que lo vea antes el médico. ¿No le advirtieron que no podía comer nada?

-Pues el día que me dieron la orden de cirugía la señorita me dijo que comiera algo ligero.

-No señor, eso no es recomendable. Bueno tiene tensión de quinceañero, está muy bien. Siéntese al lado de la señora mientras viene el doctor.

-¿De qué lo van a operar?

-De un lipoma en la espalda. ¿Y a usted señora?

-Del manguito rotador en el hombro.

-Buenas tardes, me llamo Diana. Señora, voy a canalizarla primero. Usted espere a que llegue el médico y lo revise.

-Sumercé, me dejó las venitas en la casa. No las encuentro. Jefe, por favor ayúdeme.

-Voy. A ver señora, extienda el brazo y abra y cierre el puño. Ya vi la vena. Un pinchazo nada más, no se asuste. Eso, ya quedó. No se preocupe, siempre hago reguero. ¿Sintió dolor?

-No señor, gracias.

-Bueno ya está lista. Diana, traiga la silla de ruedas me llevo a la señora. Mireya, por favor, dele una trapeadita al piso.

-Carlos Eduardo Rojas

-Aquí señor

- ¿Cómo le va? Soy William Rodríguez el que lo va a operar. ¿Usted fue el que se comió una libra de chorizo a las 9 de la mañana? Jajajajajaja

-jajajaja no doctor, apenas dos paquetes de galletas con té.

-Párese, muéstreme el tumor.

-¿¡TUMOR!?

-Jajajaj no se asuste. A cualquier pelota o cosa extraña que sale en el cuerpo le decimos tumor.

-Menos mal.

-Muestre a ver.Bien, voy a ponerle anestesia local. Diana, puede canalizar al señor. Páselo a la sala de cirugía.

-¿En qué lado está el lipoma?

-En el derecho.

-Entonces extienda el brazo izquierdo. Abra y cierre la mano. Listo; sostenga el suero y siéntese en la silla de ruedas.

- Diana ¿Dónde hay un baño?

-A la derecha, vaya rápido que nos esperan en la sala de cirugía.

-Qué descanso Diana, gracias.

-Bueno Carlos vámonos.

- Acuéstese en la camilla con mucho cuidado que es estrecha. ¿Doctor, lo dejamos boca abajo o de lado?

-Está bien de lado.

-Carlos, va a sentir frío; lavaremos el área que operaremos y también unos pinchazos al aplicarle la anestesia, cálmese y respire profundo. Le pondremos oxígeno y lo conectaremos a la máquina que lee la frecuencia cardiaca. Ahora sí cúbranlo, vamos a empezar.

-Doctora, páseme la cilocaína. Exacto, cuatro dosis formando un rombo alrededor del lipoma, esperemos un momento…

-¿Cómo va Carlos?

-Bien Doctor.

-Sigamos…Bisturí, corte transversal. Muy bien…Doctora separe y limpie… Es grande el lipoma, cinco centímetros… Enfermera, subamos la coagulación a 7… Más agua por favor… Necesitamos electrolitos en el área, el lipoma está muy pegado al cuero.

-AAAAAAYYYYYY

-¿Le dolió Carlos?

-Un poco doctor, siento como quemones

-Es normal, soporte que ya casi acabamos… Salió… Doctora que lleven esto a patología. Enfermera otro apósito, limpie, cuando deje de sangrar comenzamos a coser… Bueno señoritas eso es todo, muchas gracias. Terminen de cerrar. Carlos, la doctora le dirá los cuidados que debe tener. Le doy seis días de incapacidad, que tenga buena tarde.

-Gracias Doctor, lo mismo.

-Un punto más, así, pequeñito, creo que falta una vuelta, listo… Carlos gire el cuerpo con cuidado, recuerde que la camilla es estrecha. Procure no mirar directamente la lámpara, la luz es muy fuerte. Levántese lentamente y siéntese. Eso, quédese ahí, ya le pongo la escalera para que se baje… Bueno, mañana en la tarde, a esta hora, quítese la gaza, lave la herida y me la deja descubierta. Le receto acetaminofén para el dolor y la inflamación, de 500 miligramos, una pastilla cada seis horas. Saque cita con el doctor y en 10 días le retiran los puntos. Si siente fiebre, irritación o le supura la herida se viene de una para urgencias. Siga su vida normal. Lo único que tiene que evitar es cargar cosas pesadas durante la incapacidad.

-¿Doctora, a qué horas puedo comer algo?

-Tan pronto se vaya de aquí coma lo que quiera. En 15 minutos le dan la boleta de salida.

lunes, octubre 06, 2008

Vejaciones




Lo pensó dos veces. Uno tras otro consumió el paquete de cigarrillos que tenía en el bolsillo. Razones para haber tomado esa decisión: muchas o tal vez ninguna. Aún inseguro subió lentamente las escaleras que conducían al tercer piso de una casa habilitada como inquilinato. Entró en una de las habitaciones. La escasa luz de la lámpara mal iluminaba las paredes sucias y la estrechez de un desvencijado catre. La puerta se cerró detrás de él. Alguien lo acompañaba. No se inmutó. Mientras se acostumbraba a esa especie de penumbra escuchó claramente la orden que tarde o temprano llegaría:

- Quítate los pantalones.


Recordó su condición de macho.Pelo en pecho. Un duro en su barrio. El que conquistaba las mujeres más bellas. También el mejor peleador. El único capaz de enfrentarse hasta con el mismísimo diablo. Todo a los veinticinco años. Obedeció, no había más remedio. Su mente quedó en blanco. Sudaba. La garganta seca. Un frío extraño le calaba sus huesos.


-Ahora acuéstate…boca abajo.


Obedeció a la voz recia del hombre. Se tumbó en el catre con la cabeza clavada en la almohada y esperó. Tenía que esperar. Sólo podía esperar.


-Tranquilo: nos protegeremos.


Seguramente utilizaría aquel aislante de látex capaz de prevenir contagios; jamás los efectos devastadores de la humillación y la vergüenza. No tuvo tiempo de reflexionar más. De repente sintió que le desgarraban las entrañas. El primer embate fue doloroso, cruel, imprevisto. Cerró los ojos. Dos solitarias lágrimas se escaparon. Le dieron nauseas. Una pausa justa y -enseguida- la segunda arremetida. Otra vez dolor y esa horrible sensación caliente y viscosa que se esparcía por su interior. Tras minutos eternos se entregó a la realidad. Nada podía hacer. Estaba ahí. Solitario. Abandonado a su suerte, resignado ya a una tercera y brutal embestida... De pronto la tregua inesperada


-Por hoy es suficiente


Aunque lo odió no dejó de agradecer que la pesadilla hubiera terminado… solamente por ahora. Se incorporó despacio. Con dificultad se puso los calzoncillos. Luego los pantalones. Le costó trabajo meter cada pierna. Después agarró los zapatos y se calzó. Iba a dejar las cosas así... No pudo evitarlo. Se volteó para conocerlo. Entonces lo vio. Rostro maduro. Quizás de cincuenta años. Gordo. Canoso. Sonrisa burlona. Mirada penetrante. Estiró la mano y recibió el sobre con lo acordado.


-No estuvo nada mal para ser tu primera vez…



Lo abrió.Revisó.



- Pero deberás regresar...



Comprobó el contenido: completo. No faltaba nada.



-Todavía debo aplicarte dos supositorios más. Vuelve en dos días.



Dicho esto el farmaceuta se quitó los guantes, los tiró a la caneca y salió silbando alegremente del cuarto.

sábado, octubre 04, 2008

Tiempo de descuento




El estadio presentaba un marco imponente de colorido en las tribunas. Durante la semana no se habló otra cosa. El partido definía el título del campeonato; además se enfrentaban los oncenos de la capital.


Aquel domingo, desde muy temprano, los hinchas inundaron las calles aledañas. Un fuerte dispositivo de seguridad trataba de prevenir desmanes con ocasión del trascendental encuentro. Prohibir el consumo de licor a doscientos metros del escenario deportivo, separar a los fanáticos de los equipos e implementar una requisa minuciosa a la entrada de las graderías fueron algunas de las medidas que se tomaron para preservar el ambiente de carnaval.


En la cancha, sin embargo, se vivía algo completamente diferente. En contraste con la euforia del público los jugadores mostraban una apatía desconcertante. Parecía más bien uno de esos picaditos amistosos y no- ¡definitivamente no!- la final del torneo de fútbol profesional. Pases laterales, ausencia de jugadas de riesgo y lentitud generaron las protestas airadas de los asistentes: “¡LADRONES DEVUELVAN LA PLATA!” “PÓNGANLE HUEVOS A ESA VAINA”.


De repente esos mismos espectadores (que entre gritos y silbidos expresaban su inconformidad) empezaron a invadir el terreno de juego. Asustados los protagonistas veían cómo los aficionados destrozaban las mallas de protección y bajaban con sus rostros desencajados hacia el centro del campo. “CORRAMOS QUE ESTOS NOS VAN A LINCHAR” dijeron varios jugadores y huyeron a los camerinos, seguidos por el árbitro, jueces de línea, recoge bolas, fotógrafos de diferentes medios y uno que otro policía... Mientras tanto, a través de los altavoces del estadio, se llamaba insistentemente a la calma pues tan sólo se trató de un fuerte- pero pasajero- movimiento telúrico.

jueves, octubre 02, 2008

Cuando la muerte andaba en moto



*La foto la tomé de una publicación del Instituto Popular de Capacitación titulada"Comunas de Medellín: de nuevo bajo controles restrictivos ilegales"(Clik aquí para ir al artículo mencionado)

*Este texto forma parte de un ejercicio para el taller de crónica al que asisto. Había que elaborar un escrito a partir de una narración en audio hecha por habitantes de las comunas de Medellín. De ahí nace la siguiente historia.


“¿Sabe qué parcero? Desde aquí la ciudad parece de mentiras”. Los ojos del mono se clavan en los escalones que conducen a una de las decenas de comunas que hay en Medellín, mientras el Metro Cable sube hasta llegar a los cerros. Aquel medio de transporte del siglo XXI pretende dar nuevas posibilidades de movilización a los habitantes de esos sectores populares. Una vez el metro terrestre empezó a funcionar, había que ofrecer otra alternativa que uniera a la ciudad y sus barrios marginales. Ahora el novedoso sistema tipo teleférico desafía las alturas e intenta reemplazar aquellos escalones cuyas historias de violencia y muerte parecen cosa del pasado.


En Latinoamérica, generalmente, los suburbios se encuentran en las montañas. Bogotá, Cali y Medellín no son la excepción. Los años ochenta marcaron una época de violencia urbana originada, especialmente, por el fenómeno del narcotráfico. Muchos mitos se mezclan con las realidades de un tiempo de sangre y muerte, que inclusive el cine se ha encargado de representar: “La vendedora de rosas”, “La virgen de los sicarios”, “Rosario tijeras”, entre otras, son algunos ejemplos de las películas que se inspiraron en la literatura de la barbarie.


El mono se divierte recordando, aunque en ocasiones las imágenes que pasan por la cabeza lo perturban. Habla con el tono y ritmo de cantante de rap de barrio, enfatiza de vez en cuando alguna palabra en particular y remata su monólogo fragmentado con una sonora carcajada. Al referirse a los amigos pronuncia emocionado el término “Parcero” y muestra especial devoción por la figura de la madre, a la que llama insistentemente “ mi cucha”. Es el lenguaje de la calle: rico, directo, agresivo y, a la vez, escudo protector contra la exclusión y el desarraigo. La cultura del macho tiene su punto de equilibrio en el amor desmedido hacia la madre. “Parce, cucha solamente una. Papá puede ser cualquiera” dice el mono y suelta su risa estrambótica.


La espiral de violencia es similar al cruce de escaleras que se confunden en cada una de las comunas. Durante años la sangre recorrió las calles de Medellín en moto y su conductora, la muerte, iba disfrazada de juventud desorientada. El sicariato era la puerta de entrada al poder económico, la admiración, el respeto y la fama. Temido por todos, el sicario no tenía límites; y aunque su frialdad podría considerarse diabólica- en contraste- se encomendaba a la virgen antes de cometer un asesinato. Un sincretismo religioso bastante extraño que se apropió del significado de muchos símbolos de la fe católica. Las balas se rezaban para que dieran en el blanco; se utilizaban escapularios en brazos y piernas y se conoce el caso de siniestros personajes que llegaron a incrustarse cruces en la piel.


“Parce, es que al sapo se le vomitaba todo el fierro”, anota el mono al pasar en frente de un billar. Los códigos de la doble moral generaban un manual de comportamiento que, de ser incumplido, se castigaba con la muerte. La ley del silencio imperaba: nadie vio nada, era la conclusión después de un hecho delictuoso. Por eso, quien hablara, se consideraba sapo y terminaba con el cuerpo agujereado por los proyectiles que salían de un fierro adquirido en el mercado negro.


La historia se repite una y otra vez, a pesar de que los grandes capos del narcotráfico han desaparecido. Aniquilado el Cartel de Medellín y dado de baja su principal cabeza Pablo Escobar, en los grupos de sicarios se dio una verdadera desbandada. Sin nadie que pudiera controlar a esos muchachos, pronto empezaron a ser reclutados por los nuevos actores de la violencia: guerrilla y paramilitares; entonces las comunas fueron nuevamente el epicentro del crimen, estigmatizando a sus habitantes. Regresaron las motos que jamás se habían ido; volvieron a resonar las ráfagas de ametralladoras, los disparos de fusil y el sonido apagado de los revólveres en las noches; se impuso un toque de queda abusivo y cruel que impedía asomar la cabeza después de las seis de la tarde. Finalmente los muertos señalaron el inicio de otro tiempo de guerra y desolación. Así lo dice el grafitti solitario de una pared todavía más solitaria y que el mono lee con su tono de trovador de la selva de cemento: “Los niños buenos se acuestan temprano; a los malos los acostamos nosotros”.


Fue a principios del año 2002 cuando la autoridad del Estado quiso hacer acto de presencia en las comunas; y lo hizo, precisamente, repitiendo los vicios de la violencia del narcotráfico, de los paramilitares o de la guerrilla. Muchos recordarán la transmisión de los noticieros de televisión que mostraban a cientos de habitantes de dichos barrios bajar a sus muertos y a sus heridos en improvisadas camillas. Esa mañana ejército y policía se tomaron las comunas sin previo aviso. Se trató de un barrido al estilo Palacio de Justicia; no importaba cuántos inocentes caían en la acción legítima del estado. Nada ni nadie podría impedir el operativo de la ley tendiente proteger a las "personas de bien".


Los sicarios, lejos de ser personajes en vías de extinción, forman parte del imaginario de la juventud en todo el país. Más allá de su condición de asesinos a sueldo, generaron una forma de ser. Miles de jóvenes aún se identifican con aquel prototipo del hombre de éxito que reflejaba el sicario rodeado de bellas mujeres, vestido con prendas costosas y despilfarrando gruesas sumas de dinero en vicio. Como tampoco olvidan la solidaridad con sus compañeros de infortunio y el amor que sentían hacia su familia. El mono lo reafirma al decir: “La vida es una chimba, qué hijueputas”.