
Las voces también se diluyeron. Los teléfonos dejaron de sonar, tampoco se escuchan los ecos de las tardes de lluvia. Y la ciudad, aquella sinfonía de noches en reposo, cafés sin prisa, aromas cotidianos, ahora vigila respetuosa los tiempos del silencio.
Las canciones enfrentan el vacío de una sala con rostros hundidos en el anonimato. Justo al lado está mi ventana. Bastaría un golpecito y se abriría de par en par. Antes hay un zaguán, quizás un pasillo de sueños. En él tengo un perchero donde cuelgo todas las noches mi barba plateada y mi gorrito azul.
Nos acercó la frontera que nos separaba del otro lado de la realidad. A la misma hora, en nuestro escenario sin telones de fondo, con la única certeza de haber traspasado los límites de lo etéreo, nos encontramos un día frente a frente. Luego los adioses a plazos, pactados o no pactados, se encargaron de desviar las miradas y las risas.
¿Cuál será tu calle? Es difícil predecirlo. Aunque Bogotá se torne inabordable, recuerdo que una vez confabuló en los caminos de adoquines. La madrugada es un puente de niebla. Tal vez lo debamos atravesar, pero sin dejarnos arrastrar jamás hacia la orilla de la frialdad y el olvido...