lunes, marzo 25, 2013

El espectáculo televisivo del exterminio

Elsa y Mario,investigadores del CINEP
El argumento es así: tres hermanos, enloquecidos de rabia, juran acabar con la guerrilla en venganza por  el secuestro y muerte de su padre. Los tipos se arman hasta los dientes, se asocian con narcotraficantes y lanzan una persecución brutal a todo lo que huela a insurgencia. En la arremetida caen estudiantes, campesinos, ciudadanos del común. Y la violencia  sigue su camino, tenebrosa y  descontrolada, por lo que tendremos que esperar quién sabe cuántos capítulos más hasta que los hermanitos se aniquilen entre sí. Es en ese momento, por obra y gracia del libretista, que la serie “Los tres caínes” nos contará cómo ¿terminó? la pesadilla del fenómeno paramilitar en Colombia.



Explicar en esos términos el nacimiento de los grupos paramilitares y la  violencia que desataron en el país, es irresponsable y muy peligroso. No se trata, sin embargo, del único intento por mostrar esa parte de la historia desde aquella perspectiva. En enero de este año, El Espectador publicó un artículo titulado: “Una estocada al mito para”. En él recoge los pormenores de una investigación sobre el tema que hizo la Fundación Ideas para la Paz. Dicha investigación concluye que, efectivamente, el fenómeno paramilitar no se consolidó para acabar con la guerrilla; fue más bien una estrategia de la que se valió el narcotráfico y que buscaba adueñarse de grandes extensiones de tierra. De otra parte, los medios masivos de comunicación, en un momento dado, también les abrieron sus pantallas y micrófonos. Gracias a ellos los paras salieron del anonimato. Recordemos que, a finales de los noventa, la periodista Claudia Gurisatti del canal RCN entrevistó en exclusiva a Carlos Castaño, jefe de las Autodefensas Unidas de Colombia (así se hacían llamar los paramilitares). Esa noche, el país conoció el rostro de uno de los actores de la guerra. Al otro día, las declaraciones de Castaño generaron  indignación, aunque no podemos desconocer que fueron recibidas con aplausos por el sector de la sociedad que se identificaba con la lucha antisubversiva. A partir de ahí quedó en evidencia el afán de los paramilitares y sus benefactores por mostrar una ideología y, de paso, ser tratados como  grupo rebelde.

Si bien los paramilitares tuvieron apoyo del narcotráfico en sus comienzos, es descabellado asegurar que esa es, exclusivamente, su génesis. De igual manera resulta absurdo suponer que la venganza haya sido el único combustible que movilizó a los Castaño. No olvidemos que empresarios, ganaderos, gentes de la élite social contribuyeron en la  creación de esa especie de Golem, el inquietante "Hombre artificial" de la leyenda hebrea. Pero, quizá, lo más indignante es el intento por desconocer o quitarle  responsabilidad al Estado en el surgimiento del grupo armado al margen de la ley.  Desde sus inicios, el paramilitarismo estuvo relacionado con altos mandos militares quienes, por acción u omisión, jugaron un papel fundamental a la hora de las masacres que se perpetraron en los pueblos. Lo mismo puede decirse de los políticos y demás autoridades regionales. Así lo corroboran en la actualidad los casos de la para política en los que están implicados congresistas, concejales, alcaldes,  gobernadores; además de distintos fallos de Tribunales Internacionales que han condenado a la Nación por su complicidad con los paramilitares.

Dentro de las miles de víctimas se encuentran campesinos, indígenas, aproximadamente cuatro mil integrantes del movimiento político de izquierda U.P (Unión Patriótica), líderes comunitarios, estudiantes, defensores de los derechos humanos pertenecientes a diferentes ONG. De los últimos vale la pena mencionar el asesinato de dos investigadores del CINEP (Centro de Investigación y Educación Popular) Mario Calderón y Elsa Alvarado. La pareja fue acribillada un domingo de mayo de 1997 en su propio apartamento de Chapinero en Bogotá. Un comando Paramilitar, al mejor estilo del enlatado norteamericano “Los Magníficos”, llegó al edificio donde vivían Mario y Elsa. Los hombres se hicieron pasar por integrantes del CTI (Cuerpo Técnico de Investigaciones de la Fiscalía), subieron al apartamento donde vivían y perpetraron el homicidio. No solo cayeron Elsa y Mario. El padre de Elsa falleció en ese hecho y su esposa quedó gravemente herida. En medio del terror, y presintiendo que la muerte ya había tumbado la puerta y se aprestaba a acabar con quien encontrara a su paso, Elsa alcanzó a meter a su bebé en un closet para salvarle la vida. Mario Calderón se destacó por su trabajo comunitario. Dirigió el Programa por la paz de la Compañía de Jesús en 1987 que se desarrolló en el Alto Sinú.  Más adelante creó la Asociación Reserva Natural de Suma-Paz con el propósito de proteger el segundo páramo más grande del mundo: el Sumapaz. ¿Podría acaso semejante atrocidad relacionarse con la sed de venganza de los Castaño por la muerte de su padre a manos de la guerrilla?

 Está comprobado, hasta ahora, que “Los tres caínes” no tocará el espinoso tema del exterminio sistemático y premeditado de la izquierda en Colombia, cayera el que cayera. No le conviene a RCN, tampoco a un sector de la sociedad. Resultan desalentadores los argumentos de los que se vale su libretista, Gustavo Bolívar, para defender la serie. Según él, y luego de un estudio de mercadeo, descubrieron que eso es lo que queríamos ver los colombianos. Quizá se refería a un relato lleno de estereotipos y lugares comunes, en el que los guerrilleros se dejan crecer la barba y lucen desgreñados; igual que  los estudiantes de Sociología de la Universidad de Antioquia, cuyas mochilas y sus asomos de barba de tres días los delatan  como milicianos de la guerrilla en Medellín. Los Castaño, entre tanto, son fiel reflejo de una familia unida que gira alrededor de la madre y en la que sobresale el machismo de los hijos. Los tres hermanos deciden el destino de propios y extraños. Y mientras  se entrenan  vigorosamente en las artes de la guerra, les queda tiempo, inclusive, para traicionarse y ponerse  los cachos entre ellos. En la otra orilla, finalmente,  permanecen- y permanecerán- en el olvido y el anonimato las víctimas, verdaderas protagonistas de una historia que aún no acaba y de la que falta mucho por contar.