miércoles, abril 22, 2009

Serenata

La pintura es una obra realizada por mi querido amigo José quien tuvo el hermoso detalle de regalármela.

Letra de la canción Cuando voy por la calle de Jaime R. Echavarría y versión en la voz del autor colombiano.


“Cuando voy por la calle y me acuerdo de ti,

me lleno de alegría, de ganas de vivir.

me parece que fueran las flores más bonitas,

el cielo más radiante y el aire más sutil”.


Las sombras parecían burlarse de él. A esa hora de la madrugada es cuando más se necesita cordura. Dicen que en ese instante el alma baja un poco la guardia y cede ante el embrujo de la noche; por eso la sensibilidad estalla como una burbuja antes de tocar el suelo.

Recordó las palabras del ciego en la tarde:


-“Si me va a ayudar cójame del brazo que esto no es contagioso”


Ahora sonreía al verse en medio de la calle sin mayores argumentos que su guitarra y una canción.

El tiempo es lento a la una de la mañana. Todo se siente, inclusive los latidos al hacer dúo con sus pisadas.



“Cuando escucho en la noche, alguna melodía,

qué cosas no daría por estar junto a ti,

para sentir que vivo, que vivo intensamente,

y para que tu sientas lo que eres para mi”.



Sabía que los gatos se encargarían de llevarle su eco, que el gallo no se quedaría callado al darse cuenta de que alguien se le adelantó, que el viento se vestiría de una primavera desconocida en Bogotá. Y después pondría en la pata de una paloma ese pentagrama en tonos mayores. Luego se iría por ahí, en silencio, saboreando las gotas de una llovizna que acaricia las ventanas y humedece los rostros.



“Estoy enamorado de tu vida,

estoy enamorado de tu amor,

y cada vez que pienso en tu dulzura,

comienza a florecer mi corazón”



Los recovecos de la ciudad son iguales a los surcos de la memoria. Cada avenida es un cruce de palabras que van y vienen, un rompecabezas de polvo y cemento, una prolongación de charcos de aceite, flores, papeles, hojas, bullicio... Y en la periferia seres que luchan adheridos a la parte delgada del embudo con tal de no dejarse arrastrar hacia el centro del agujero negro.



“Me acuerdo que tú tienes tu luz propia,

que siempre estas sonriendo para mi,

y empiezo a revivir en mi memoria,

la gloria que le has dado a mi vivir”.



El neón no pasará de moda, tampoco el arco iris, la luna o el farol melancólico de la esquina. Mucho menos la lluvia de estrellas que se desgaja cada vez que piensa en ella y deambula con el rumor de su serenata.




sábado, abril 18, 2009

¿Dimas o Gestas?


El últimos bus pasó casi vacío. Sólo se veían las cabezas del conductor y de dos pasajeros. El comercio prácticamente había cerrado y en las aceras algunos vendedores de incienso, cruces y escapularios hacían lo posible por encontrar compradores en la soledad del jueves santo. Era cuestión entonces de cambiar de lugar e irse con sus mercancías cerca de las iglesias; en ellas cientos de fieles comenzaban a llegar para cumplir su deber de católicos ejemplares.


“Bueno ya conseguí tres mil luquitas”, dijo un joven moreno, de mediana estatura, chaqueta desteñida de jean, pantalones negros y tenis de moda. Cerró el pequeño cuaderno cuadriculado, se puso el esfero en la oreja y se sentó a mi lado, en el murito de la ventana principal de la droguería.


“Ahora me voy al cuarto, duermo de aquí a las seis y a la calle otra vez”.


Y después de hablar me pidió con qué prender un cigarrillo. Le pasé mi caja de fósforos.



“¿Qué día tan duro no? ¿Cómo le fue?”, me preguntó echándome el humo en la cara.


Apoyé la guitarra en la pared, revisé mis bolsillos, saqué las monedas, las conté y luego miré la cartera: tres billetes. Conclusión: quince mil pesos antes de las tres de la tarde un día festivo.


“Nada mal” respondí.


Conozco a la mayoría de trabajadores informales de esa esquina y hablo frecuentemente con los calibradores; pero a este no lo había visto jamás.


“Lástima que esté tan sola la calle; si no ya le hubiera hecho la vuelta al tipo del celular” y soltó una risita burlona.


A unos pasos de nosotros, evidentemente, un hombre hablaba por un celular de los llamados de “última generación”. Tan pronto cambió el semáforo atravesó la avenida y siguió de largo.


“Hay varias formas”, continuó. “Por ejemplo me le acerco despacio y le digo que me regale para completar el pasaje del bus; mientras me mira desconfiado de una cojo el celular y antes de que reaccione ya estoy en la otra cuadra. O si no la que más me gusta: meto la mano en la chaqueta, me le pego por la espalda, hago bulto con los dedos y le digo: bájese ya de esa mierda. Ahí sí hago cara de hampón”.


Ambos nos reímos. Mi amigo ocasional no perdía la oportunidad de contarme sus habilidades.


“Me le mido a todo hermano, no le tengo miedo a nada. Me han encanado muchas veces y a los pocos días otra vez en la calle”. Parecía orgulloso. Después añadió: “Cuando quiera le muestro a los otros ladrones de esta cuadra”.


“Por supuesto que me gustaría hermano” contesté y no me aguanté las ganas de preguntarle:


“Compa ¿usted mete algo antes de robar?” y de inmediato dijo:


“Vea. Lo único que me tomo es un buen chamberlazo” respondió; y al ver que no entendí agregó:


“Alcohol etílico con agua, un trago doble de esa vaina es como si me jartara un cuarto de aguardiente; me deja listo p´las que sea… Droga nunca si voy a robar”


“Bueno aquí no se vendió más” y me pegó un puño suave en el brazo como despedida.


Tenía razón; en realidad parecíamos dos espejismos de un pueblo fantasma. Ni siquiera podíamos reflejarnos en los vidrios de los negocios, tapados por las gruesas persianas metálicas que se bajan a manera de protección.


“Ahora sí a descansar… Hay que aprovechar la visita de monumentos esta noche… aunque no propiamente para rezar” y tras una carcajada se fue calle abajo.