martes, enero 19, 2016

Se canta para vivir

Su carisma hace que cada palabra se convierta en caricia. Acompaña su charla con una sonrisa que llega al alma y de inmediato logra la conexión perfecta con ese público que disfruta a más no poder de sus anécdotas.  A su lado el poeta y amigo Federico Díaz-Granados en el papel de entrevistador;  o, quizás, en el de aquel cómplice  que, por espacio de veinte años,  comparte (unas veces cerca, la mayoría en la distancia)  la vida y obra musical de Marta Gómez. Y el  escenario no puede ser mejor: el auditorio Rogelio Salmona del Centro Cultural Gabriel García Márquez en el Fondo de Cultura Económica de Bogotá.

“En los comienzos de mi carrera interpretaba canciones de varios autores. Me gustaba lo que hacían Mocedades, Presuntos Implicados, Mecano y, por supuesto, me dejé llevar por la magia del rock argentino; Sui Géneris mi principal referente. Pero cuando escuché “Canción en harapos” de Silvio Rodríguez sentí algo inexplicable, tal vez el llamado que me alertó y me di cuenta del camino que quería y debía tomar”.  Eran los días de adolescencia en Bogotá y en la Universidad Javeriana donde se inscribió en un programa de música dirigido a niños y jóvenes. De pequeñita había viajado de su natal Girardot a Cali para ingresar en el Liceo Benalcázar. En esa institución formó parte del coro y ya  era considerada toda una artista y la voz más destacada.

El gran salto lo dio al matricularse en el Berklee College of Music de Boston a finales de los noventa. “Elegí esa universidad porque Juan Luis Guerra habló, en una entrevista, de su experiencia;  y a partir de ahí supe que yo iría. Se escuchaba jazz y pop; todos los días había conciertos y me llamaba la atención que los profesores acompañaran a sus estudiantes en las presentaciones, por ejemplo,  como coristas o interpretando la guitarra, el bajo o el piano. También me impresionaba  encontrarme en los pasillos, en las filas o antes de cualquier clase,  a los  negros calentando sus voces prodigiosas.  Además porque  ellos eran muy conscientes de ese poderío que tenían”.  Se trató de un intercambio cultural que influyó  muchísimo en su sensibilidad y, a la vez, le dio más argumentos para mantener su gusto personal por la música folclórica latinoamericana, aunque navegara sin problemas por las corrientes del jazz, las fusiones e, inclusive, las de la música brasileña. 

Durante su preparación en Berklee no abandonó su otra pasión: la literatura. Marta Gómez escribió sus primeros cuentos y poesías  a los ocho años, algo  que se refleja en las letras  de sus canciones. Gran lectora, a sus manos llegó “Paula” de la escritora chilena Isabel Allende, una novela autobiográfica que la autora dedica a su hija, sumida a esas alturas  en la tragedia de un coma profundo. La obra de Allende la conmovió tanto que decidió hacerle un homenaje y compuso una canción que tituló: “Paula ausente”. Grabó el tema con un grupo argentino que conoció en la Universidad, “Los Changos”, buscó la dirección de la autora chilena y le envió la canción en un casete y una carta. A los pocos días recibió la respuesta: un libro autografiado y unas palabras de agradecimiento. Años después, en el 2004, mientras Isabel Allende concedía una entrevista  en una biblioteca de California, Marta Gómez fue invitada de sorpresa  y cantó delante de ella  “Paula ausente”. Un momento bastante emotivo en el que intérprete y escritora lloraron de tristeza, alegría, esperanza,solidaridad y gratitud.

Aún no se acostumbra a estar al lado de sus ídolos y tener que aguantarse las ganas de decirles que los ama y que los admira. Sabe que hay que guardar cierta reserva, un extraño protocolo, por así decirlo. Eso no impide, sin embargo, que se le ilumine el rostro al tejer aquella  serie de recuerdos y hablar de ellos con un desparpajo que le viene muy bien a esa mujer cuya sencillez cautiva. “En el 2003 tuve la oportunidad de abrir un concierto de Mercedes Sosa en Argentina. No cantamos juntas, pero pude abrazarla y sentir toda su calidez y generosidad.  En otra ocasión Inti Illimani  me  invitó a una gira por España. En esa serie de conciertos me sentía rara, pues era la primera mujer  que cantaba como solista en esa agrupación exclusiva de hombres. Eso sí, la experiencia fue espectacular. Después coincidí de nuevo  con Inti Illimani en Buenos Aires. Había un concurso de cantantes femeninas en un bar, el problema es que yo no tenía banda. Le propuse al director de Inti Illimani que si iba conmigo al evento. Dijo que sí y al rato los demás integrantes se sumaron. La cosa terminó así: canté acompañada por una de las agrupaciones de música folclórica más importantes de Latinoamérica”.

La amistad es un lazo que Marta Gómez respeta y cuida, por eso algunos encuentros en el país han dejado huellas en su corazón. La vez que le presentaron al escritor colombiano Jairo Aníbal Niño en la Alianza Francesa  es uno de ellos; se trata de aquel hombre con alma de niño que nunca envejeció. O cuando se atrevió a llamar al gran folclorista, compositor e intérprete del género colombiano denominado “Música Carranguera”.  Un amigo en común le dio el teléfono del artista, marcó el número y al otro lado de la línea contestó Jorge Veloza y su vozarrón inconfundible que a veces intimida. “No muy segura que digamos me presenté. Le dije que un amigo me había dado el número y que era, además, amiga de tales personas que él conocía. Jorge me interrumpió y me dijo que entonces ahora usted es mi amiga porque he escuchado sus canciones y me gustaría conocerla”.

Inquieta y deseosa de aprender día a día, siguió una maestría en Creación Literaria en Barcelona y uno de sus profesores fue el escritor mexicano Juan Villoro. “De él aprendí tantas cosas. Sobre todo que si un autor le pone un nombre a determinado personaje tiene que ser ese y no otro. Si lo llama Pedro hay una razón poderosa. Las clases eran en un auditorio inteligente en el que se apagaban las luces si no se percibía movimiento. En uno de los encuentros con  Villoro era tal la atención de todos nosotros que nadie se movía; podría decir que ni siquiera se pestañeaba. Y de repente se apagaron las luces”.

Ha pasado una hora deliciosa. La entrevista casi llega a su fin;  antes de terminar, del público salieron algunas preguntas que Marta Gómez respondió sin ningún problema. “¿Para qué se canta? Se canta para vivir. Si logro sacar aunque sea una sonrisa gracias a mis canciones me siento recompensada. Yo compongo desde la realidad, pero no desde la tragedia ni desde la compasión o el odio. ¿El artista debe ser comprometido? Pienso que, definitivamente,sí; tanto en lo social como en lo político. Hace unos años le pregunté a Rubén Blades por qué se había metido en la política. En ese tiempo desempeñaba un alto cargo oficial en su país. Me contestó que si bien el arte podía contribuir a darle mejor calidad de vida a la gente, desde adentro creía  que podía hacer muchísimo más y ayudar a satisfacer  necesidades concretas”

Luego de cuatro temas  que la cantautora regaló para cerrar con broche de oro, todavía la jornada estaba lejos de terminar. Fuera del auditorio la esperaban sus admiradores  en una fila improvisada para tenerla más cerca y conseguir una foto o un autógrafo. Marta Gómez salió sonriente, esperó  a que pasara el último y a todos les dio gusto, sin mostrar en ningún momento señales de cansancio o fastidio.

Se canta para vivir, nos dijo durante la entrevista.Yo agregaría que también se canta para hacer vivir; y eso lo experimentamos  quienes fuimos testigos de las confesiones de una artista maravillosa. 

(Enero del 2015)