Nos detuvimos en frente de la funeraria. Miró los carteles y dijo: “vamos a la sala diez”. Subimos por el ascensor, paramos en el cuarto piso y entramos. Saludamos a los dolientes, nos sentamos y acompañamos las oraciones del rosario que alguno de los asistentes dirigía de misterio en misterio. Una empleada del lugar nos ofreció café; lo tomamos. Luego de veinte minutos salimos sigilosamente sin despedirnos de nadie. Ya en la calle le pregunté: “¿Quién era el difunto?” “Mijo, no tengo la menor idea” contestó encogiéndose de hombros. “Entonces ¿por qué subimos?”. El tío Manuel sonrió y me dijo: “Es que la funerario es uno de los sitios donde todavía se puede tomar café gratis”…
Durante años administró hoteles en diferentes partes del país; recuerdo que de niño pasábamos vacaciones en uno que quedaba en Girardot, municipio aledaño a Bogotá. Siempre nos atendía como reyes. Luego lo trasladaron a un balneario en la Costa Atlántica. Regresó a Girardot, después trabajó un tiempo en Melgar y se devolvió a Bogotá, debido a la crisis que por los años ochenta vivió el sector turístico.
-“Aló ¿Sergio?”
-“Hola tío”
-“Mijo hágame un favor, guárdeme el periódico; es que estuve en la tienda de la esquina, me lo prestaron y encontré unos fiadores en los clasificados”
-“Bueno tío, aquí se lo tengo”
-“Gracias… Lo dejo, la cola está larguísima, parece que todos se pusieron de acuerdo para llamar al mismo tiempo; ya me están mirando mal... Usted sabe mijo, las notarías son de los pocos lugares en Bogotá donde todavía el servicio de teléfono es gratis…”
De aquella época en la que se dedicó al turismo, a la propiedad horizontal en Bogotá y a otros negocios no le quedaron mayores cosas. Bueno, tal vez sí: deudas y una demanda penal por estafa. Debe ser por esta razón que no volvió a votar en elecciones. Es que donde llegara a mostrar su cédula seguramente iría a parar al calabozo. Menos mal el proceso prescribió.
El anuncio pegado en el poste de la luz mostraba la imagen de un FRENCH POODLE blanco de nombre Copo, desaparecido hace dos días. Se ofrecía gratificación a quien lo encontrara y los datos de los propietarios. El tío Manuel empezó a sudar, su corazón latió más rápido producto de la ansiedad. Justo en la acera del frente vio un perro echado, igualito al de la foto. Además parecía perdido. No lo dudó, anotó el teléfono, gastó los únicos 500 pesos que tenía y llamó. Advirtió a la voz que le contestó que había encontrado al animal. Se pusieron de acuerdo, iría de inmediato. Colgó, en seguida cruzó la calle. “Copo…copo” pronunció el tío mientras se acercaba. El perro se levantó perezosamente; daba la impresión de que entendía. Se miraron: el tío de arriba abajo…Copo de abajo arriba. “Copo… Copo” decía una y otra vez para ganarse la confianza del animal. Cuando lo tuvo a su alcance se detuvo; el perro lo olfateó, en realidad el tío supuso que le cayó bien. En ese momento se agachó, estiró los brazos. Estaba a punto de cogerlo y de repente copo mostró sus dientes (pequeños pero afilados), dio un brinco y le mordió la mano derecha. Le provocó cogerlo a patadas, sin embargo se calmó e intentó agarrarlo de nuevo. El forcejeo fue durísimo. Copo destrozó el pantalón del tío, le mordió la espinilla derecha y le hizo tremendo hueco a la manga del saco. Al Tío Manuel no le importó, siguió firme hasta que logró doblegarlo; al fin y al cabo el sacrificio por obtener la recompensa valía la pena. Tuvo, eso sí, la tentación de ahorcarlo, pero otra vez desechó la idea. Cinco minutos después llegó el dueño, Tío Manuel se lo mostró y al verlo el individuo soltó un grito: “¿Usted me está mamando gallo o qué? No sea imbécil. Mi perro no tiene ninguna mancha en el ojo derecho”. Se formó una algarabía, de las casas salieron los vecinos a averiguar lo que pasaba. Una señora se abrió paso entre la multitud, reconoció al animal (al perro) y furiosa increpó al tío Manuel: “Viejo degenerado, ladrón. Esa es Puky ¿No se dio cuenta que es una perra?”, al tiempo que le dejó roja la mejilla izquierda de una sonora cachetada...
Caminar, empeñar sus poquísimas pertenencias de valor, aparentar una vida digna y esperar…sobre todo esperar a que saliera su pensión. Afortunadamente logró cotizar lo suficiente para que el estado le reconociera tantos esfuerzos a lo largo de su existencia. Eso sí, la mesada equivalía al salario mínimo legal, suma irrisoria si tenemos en cuenta las ínfulas de grandeza de una persona venida a menos. Muchas veces el Tío Manuel se tropezó con mendigos que le pedían alguna moneda. Claro, es que él iba siempre bien vestido: saco, pantalón de paño, zapatos lustrados. Era alto, por supuesto daba la apariencia de un intelectual acaudalado. Entonces contestaba: “Ala viejito, más bien deberías ayudarme a mi. Voy al centro y me tocó a pie. No tengo en qué caerme muerto” y se despedía cordialmente, ante la rabia del indigente. Sobrevivía gracias a uno que otro negocio esporádico. Aprendió a amarrarse el cinturón y procuraba gastar solamente lo necesario. En la tienda de la esquina había posibilidades de comprar diferentes productos que vendían-más que al menudeo- en bolsitas: café, aceite, azúcar, chocolate; de esta manera alargaba los exiguos pesos que le llegaban.
“Aló ¿Eduardo? Hablas con Angélica. A mi papá lo acaba de atropellar un bus; lo llevaron a la clínica Palermo. Por lo que escuché es grave”
“Qué horror prima, ya le aviso a mi papá”
El tío Manuel se encontraba en cuidados intensivos con trauma encéfalo craneano severo, múltiples fracturas, dificultades respiratorias, etc. Se salvó de milagro, su recuperación fue lenta y angustiosa. La familia ayudó con los gastos hospitalarios, puesto que todavía no tenía Seguro Social y el Distrito solamente cubría hasta un 70% en estos casos. Tampoco bastó el pago del seguro obligatorio que ampara a cualquier vehículo. El excedente ascendía a cinco millones de pesos. La esperanza era la demanda instaurada en contra de la empresa de transporte público por la gravedad de las lesiones del tío. Existía la certeza de que con el diagnóstico de Medicina legal, la verificación del suceso por los agentes del tránsito y el abogado contratado, sería suficiente para conseguir una indemnización.
El tío Manuel falleció tres años después. Todavía recuerdo el funeral, el llanto de quienes lo amábamos y aún lo amamos; pero, especialmente, el rostro ausente de mi prima Angélica. Si bien el Estado le concedió por fin su derecho a la pensión, la herencia que le correspondería en suerte la hizo reflexionar acerca del lugar que ella y su papá ocupaban en el mundo. Días antes de su muerte, el tío Manuel recibió un sobre del juzgado en el que se llevaba el proceso en contra de “Transportes del Futuro”, la empresa dueña del bus que lo atropelló. El fallo decía:
“Resuelve…
Condenar al pago de quince millones de pesos, moneda Corriente, al demandante de nombre Héctor Manuel Rodríguez por los daños que sufrió el bus en el accidente y el tiempo que el automotor duró inmovilizado…”
7 comentarios:
Sólo eso le faltaba al pobre tío Manuel jajajajajaja aunque la que quedó padeciendo fue su hija Angélica.
Besitos
Hola!
Vengo volando a ver el problemita...
Lo resolviste?
Porque se abre y se ve...precioso !!!!
Cualquier cosita, me dices.
Un abrazo!
mi querido mago, mi querido amigo!!!
Cuantos cambios y que gusto me da ver este lugar tan bonito.
paso a saludarte a dejarte mi cariño y que prontito estaré presente como siempre, te quiero mucho.
Muchos besos recargados de cariño amigo
A ver..(parezco el médico..ja!).
Cuánto hace que te pasa eso?
(A mí me ha pasado, pero luego de unos días se restablece la opción Redactar.)
Cuándo cambiaste esta plantilla?
a ver si encontramos la punta del ovillo...
:)
Hola:
Acabo de ver tu blog.
Espero que visites mis blogs, son fotos de mi pueblo, de España y de Italia y Francia:
http://blog.iespana.es/jfmmzorita
http://blog.iespana.es/jfmm1
http://blog.iespana.es/jfmarcelo
donde encontrarбs los enlaces de todos los blogs.
UN SALUDO DESDE ESPAÑA.
Relato más que interesante Mago, pero con un protagonista que las tenía todas en contra, pobre de él,menos mal que se fue para el otro lado no?
Hermano Caselo, te juro que somos de la misma pasta, nada más que puestos en un distinto molde. Algún día te contaré cosas que no se pueden así porque sí a todo viento, sino en privado, que tienen tanto que ver con lo que tratamos a diario. Dame tiempo, un abrazo.
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